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Mensaje por Cadis Etrama Di Raizel Sáb Dic 15, 2018 12:07 am


Donde comenzó nuestra historia...


Inicialmente él no sabía de donde nació el motivo porque al comienzo le costó encontrarle el gusto a dicha desolación, quizá simplemente le contrariaba la naturaleza de pies a cabeza, aun así reconocía que los barrios oscuros en los que circulaba eran infinitamente horribles. Llenos de callejones oscuros donde esconderse los malhechores, con “altos” cielos llenos de polución y ruinas cubiertas de telarañas, hollín y gente desaliñada que pretendía alegrar aquello con luces artificiales. No era muy distinto de visitar un museo de antigüedad, simplemente menos aseado.

Las piedras agrietadas de las edificaciones solo le daban razón al criterio de Raizel respecto al sitio aquel, sin duda estaba maldito. Olía mal, las aceras estaban odiosamente húmedas y el hedor a pilas de cadáveres parecía concentrarse con cada generación de muertos. Jamás había luz, por más que mirase el reloj aguardando por el amanecer, no encontraría gozo alguno en que el cielo se aclarase en algún momento del día. Solo podía mirar fijamente las luces fluorescentes de los anuncios, buscando alivio en ellas cuando deambulaba por allí, exhausto.

La posibilidad de que la idiosincrasia que gobierna el área fuese distinta a la que Raizel práctica era enorme, eventualmente crecería minuto a minuto. Procurando él no ensuciar sus zapatillas con la mugre del suelo, media sus pasos de forma calculadora y por ende con algo de torpeza, lentamente hacia a los “pobladores” perder la paciencia y muchos no tendrían el mismo respeto que él de esperar a que pasara así que uno tras otro fue dándole un golpe con el hombro cuando pasaban por las estrechas aceras.

Por supuesto para él mantenerse dentro de sus casillas era más como una especialidad, un gusto adquirido. Más cuando acababa de concluir con un trabajo siendo esa la razón de que su cansancio fuese algo pronunciado dejándolo con un rostro de inacción y enfermedad.  Aquel día en específico le habían enviado de cacería, su presa era un hombre anciano que estaba afectando de algún modo a la mega-corporación Andrómeda, por supuesto no era de su incumbencia averiguar razones más las que le ponían en el archivo público y ahora, dicha criatura había pasado al a historia y lo último que habría visto antes de partir, serían los ojos del segador carmesí.

Aquí comienza la historia de ellos dos. Tan claro como el lodo, era la presencia de Raizel en aquel lugar donde la luz perecía en la última nube de polución que oscurecía el cielo, ese firmamento abandonado de toda esperanza, de la calidez de la luz. Ni si quiera el regocijo de la estrella más blanca podría alegrarlo, solo una vil mentira disfrazada entre carteles iluminados, electricidad fluyendo de un lado a otro para conseguir una imitación de lo que sería la belleza fortuita de una antigua nación, espejismos que conseguían desorientarlo y aun no había recibido la orden de volver, exhausto, deambulo y vagó hasta que sus piernas no pudieron más.

¿Cuánto tiempo habrá pasado ya? Era difícil para Rai saberlo salvo que mirase su reloj, pero se negaba a hacerlo, ver la hora constantemente eran signos de intranquilidad, desesperación, ansiedad, emociones demasiado extravagantes para él. Haría gala de su paciencia, aun en un lugar tan horroroso. Claro, aun le dejaba el mal sabor de boca que tenían sus dudas. ¿Y si acaso aquel viejo había dañado sus dispositivos de comunicación antes de morir? Había hecho algo raro con una caja que parecía un pequeño microondas, bien podría haber afectado de algún modo la señal con la cuales sus superiores le ordenarían la retirada. ¿Debía irse sin más? ¿No sería lo mismo que desobedecer una orden?

Estaba la posibilidad de encontrar alguien capaz de revisar sus pertenencias… Pero en dicho sitio de dudosa procedencia confiar en los hombres era algo que lo convertiría en un tonto. Al menos podría confiar en que los créditos que anda con él sea suficiente garantía para que le ayudasen y no tenga que recurrir a la fuerza, eso estaría fuera de su protocolo, inaudito.

El procedimiento con el cual eliminó al sujeto fue bastante limpio, quizá si esperaba cerca de la escena el equipo de investigación llegaría. ¿Hacer tiempo sería la mejor opción? Por lo general debería preocuparse por las apariencias, pero salvo que se encontrase con alguien con visión nocturna todo estaría bien, sus ropas negras apenas se dejaban ver por los pocos adornos dorados que tenía su vestimenta, estaría a salvo mientras viaja a través de las sombrías calles.

Buscando alguien que pareciera de “confianza” se acercó a lo que parecía un bar de mala muerte, habían mujeres, hombres y todo tipo de gente mezclándose en el ambiente bullicioso, apestaba a orina y alcohol, desagradable. Raizel se acercó a una vitrina donde parecía vender comida, probablemente de dudosa procedencia. No podía evitar atraer miradas puesto que su apariencia de por sí era demasiado galante como para pertenecer a los barrios bajos, casi hablándole en susurro se dirigió a un hombre mayor que estaba detrás de la vitrina atendiendo.

—Buenas… — “¿Tardes, días, o noches? Mejor lo omitiré.” —Estoy en busca de algún mecánico. ¿Podría buscar uno para mí? — La voz de Raizel era eclipsada por el ruido de la “fiesta” así que tuvo que repetírselo varias veces al señor que pronto se llevó la mano a la barbilla tratando de aclararse las ideas, para sorpresa le hizo un gesto con el dedo pulgar y el anular, esa fricción entre los dedos que le hacían ver que quería una “recompensa” por su ayuda a lo que el juez reaccionó con rapidez deslizando el “pago” por encima del vidrio, sus ojos carmesí se clavaron en el hombre que con una sonrisa le dijo. —Espere aquí, veré que le puedo conseguir.

“¿Venderán ramen aquí?” Mientras Raizel esperaba las miradas que sentía tras su nuca se acumulaban una tras otra, suspiró tratando de relajarse y aguardó a que el hombre volviera. ¿Cuánto tiempo podría tardarse en conseguir alguna clase de mecánico? Aunque no lo hubiera notado, su reloj también había dejado de funcionar en el tiempo que se encontraba allí. ¿Qué podría suceder si de pronto un juez se encuentra a la deriva en aquella tierra salvaje? Ya había empezado a correr la voz acerca del fallecimiento de aquel anciano.
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La condena que el destino nos puso. [Priv. Amélie Stark] Empty Re: La condena que el destino nos puso. [Priv. Amélie Stark]

Mensaje por Amélie Stark Lun Dic 17, 2018 12:51 am


Ojos plateados iluminaron el empobrecido recinto; transformándolo en una suerte de hogar para la recién llegada. El eco de los saludos rebotó en las paredes; y junto a él, una docena de manos se agitaron en el aire, dándole la bienvenida.

Allí; donde la comida era escasa, y la violencia un aperitivo diario; el alma idealista y generosa de Amélie devolvía la vitalidad a quienes habían perdido la fe. Muchos de los allí presentes habían dejado de creer hacía ya muchísimo tiempo, y aun así, sabían sonreír cada vez que la muchacha anunciaba un nuevo avance, o una misión exitosa.

— Hola, hola. ¡Oh! ¡hola, Jean!

Se abrió paso a través del estrecho comedor que llevaba a la barra. Desde que cumplió la mayoría de edad, aquel maloliente local se había convertido en un destino recurrente. Ya en la barra tomó asiento sobre una de las humildes sillas frente a ella, lista para hacer su pedido.

— Un vaso de leche, por favor.



Los minutos pasaron rápido, y para cuando se dio cuenta la tercera copa de leche fresca se hallaba ya vacía sobre la barra. Dado los escasos recursos allí, la comida y la bebida eran a menudo lujos que no todo el mundo podía darse; y a los que solo tenía acceso gracias al doctor, o a Jean (siendo éste el aludido esta ocasión).
— ¡Aaaah~! Esto es vida.
No realmente.

Sumida en una burbuja de tranquilidad que rompía el esquema de aparente peligro que la envolvía (peligro más bien para los foráneos, pues en los barrios bajos muchos se conocían, y jamás lastimaban entre sí), Amélie no advirtió como Jean aparecía a su lado, y tocaba su hombro para llamar su atención. La chica no abrió sus ojos, pero si emitió un sonido de extrañeza, y enseguida, su inquietud. — ¿Umh? ¿si…?

— Alguien quiere hablar contigo, Ami.

— ¿Con…migo?

— Si. Ven. Sígueme...

— Ah, okay...

¿Habrá sido demasiado ingenua? ¿o tal vez confió demasiado en los que se suponía eran igual a ella?

Cualquiera fuera la respuesta, la muchacha siguió los pasos de barman, quien la llevó frente a un hombre cuyas ropas diferían de forma grosera a las de los oriúndos de las calles. Amélie lo miró, y enseguida a Jean, quién colocó sobre su hombro la mano derecha, asegurando que allí se quedaría. No acababa de entender lo que pasaba.

— Esta es Amélie. Es la mejor mecánica de aquí, y seguramente de todo el mundo.

Ella se ruborizó. En cualquier otra circunstancia hubiera sido un mero halago, sin embargo, no acababa de sentirse incómoda. — ¿Lo soy? Bueno... supongo que soy un poco buena... amm... ¿hola? Mi nombre es Amélie Stark. Un gusto...
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Mensaje por Cadis Etrama Di Raizel Jue Dic 27, 2018 4:34 am

Extraña ironía de la vida que cuando dos almas se encuentren el fulgor de los ojos delaten las acciones que el destino traza, temible artesano. ¿Cuál mala fortuna le deseas a un hombre que busca justicia? Quizá el momento no era el idóneo; no, era un hecho que pronto la voz correría del repentino suceso y que estaría incrementando las sospechas al mezclarse con la muchedumbre aun cuando la elegancia le desborda, esa aura resplandeciente, divina, cálida, llenándose de paz y sabiduría. ¿Sería su perdición? ¿Era soberbio pasearte por aquellos barrios siendo él la perfección pura?

Tras buscarle respuestas a su pregunta, murmurando en su cabeza, rumiando, calculando, cerró los ojos aguardando a que trajeran la persona  que él necesitaba mientras otro hombre lo atendía, uno con un aspecto más tosco que el anterior se había tomado la molestia de llevarle lo que aparentemente era una taza de té, tenía un olor herbal que le sacaba una sonrisa sincera en cuanto este le sostenía, manteniendo el dedo meñique recto mientras ponía en práctica el modo correcto de deber té en la alta sociedad. Para su sorpresa, antes del primer sorbo llegó el verdadero barman junto con una… niña.

Al presentarse la joven dama, Raizel reverencio con cortesía inclinando su cuello ligeramente, no parecía flexionar la espalda, tan solo las rodillas mientras elevaba el antebrazo a la altura del pecho, manteniendo los dedos rectos mientras estos cruzaban su torso hasta el hombro. —Cadis Etrama Di Raizel, es un placer conocerle. — Le susurró en un tono jovial a la chica que tan pronto acabó de reverenciar sujetó de las manos besando los nudillos de esta. Aquel comportamiento tan distinguido parecía llamar la atención de varios que acabó acompañándose de un par de risas, sin embargo el rostro gélido del juez parecía mantenerse inmaculado, su expresión facial parecía una pintura, imposible de cambiar su forma sin el tipo de pintura adecuada.

En cuanto el bullicio se controló, un hombre encapuchado llego al otro lado del bar murmurando las noticias que Raizel tanto temía, pronto se empezaron a informar de la muerte del anciano al que a él le habían enviado a exterminar, no quería poner una turba en su contra y tener que acabarlos a todos, en un escenario favorable. No era ningún secreto lo que esa clase de gente podría hacerle a él, quien no actuaria al menos que se le ordenase.  — ¿Podemos hablar afuera, joven Stark? —

Guiándole con la mano al callejón de donde surgió con anterioridad, Raizel dio un paso al frente apartándose de la barra con la esperanza de que la chica le siguiera, dejando allí aquel té de hiervas a medio degustar. Al abandonar la falsa calidez que las luces neón podían otorgarle a los desdichados, lo único que se distinguía entre la penumbra eran los ojos carmesí del segador que ahora apuntaban directamente a la chica. Por supuesto, irse a un rincón oscuro con una joven podía ser desprestigioso pero era algo que debía, su eminencia, pasar por alto ante la necesidad de recibir una atención óptima. “Es claro que no puedo poner este objeto en las manos de cualquiera. Deberé vigilarle muy… muy de cerca. Y si debo, informar a la base y eliminarla.”

“Cierro los ojos, tratando de imaginarme estando de vuelta a casa y cuando los abro de vuelta a la realidad, solo su mirada consuela mi desespero, con la fe que pongo en ella, espero hacer justicia a mi deseo y volver… Volver a casa.” — He buscado a un mecánico y aquel hombre mencionó que eras la mejor, eso espero, pues esta tecnología es muy costosa y sería una perdida personal muy grande. ¿Podría usted joven reparar mi comunicador? —

La voz de Raizel no se quebró ante la “suplica” que le hacía, poniendo el objeto en las manos de aquella niña mientras sus ojos se conectaban con los ajenos, quizá era momento de que pusiera su fe en alguien más. ¿Esa sería la razón por la que el destino le dejó allí a la deriva? No había forma de saberlo, la certeza y lo real en aquel lugar se volvían abstractos, solo la necesidad lo mantenía conectado con el mundo de donde proviene y la clase de vida que lleva. — ¿Entonces, podrás repararlo? Es un comunicador por ondas, estoy esperando un mensaje por lo que me es urgente.  —

Ahora solo le quedaba aguardar al momento, quizá las habilidades de la susodicha mujer sean lo suficientes para reparar aquel utensilio, tan grande como un reloj, reliquia de años pasados, debía dejar de lado sus preocupaciones, el lugar se estaba helando con creces y la noche sería implacable con él, foráneo,  un extraño merodeando en las sombras esperando la confirmación para volver a casa, todo por un exterminio. ¿Sería lo primero que ella vería? ¿Cuál fue su última misión?
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La condena que el destino nos puso. [Priv. Amélie Stark] Empty Re: La condena que el destino nos puso. [Priv. Amélie Stark]

Mensaje por Amélie Stark Sáb Ene 05, 2019 4:44 pm

Amélie no cabía en su asombro. La pobre muchacha podía garantizar (sin margen de error) que nunca antes una persona tan pulcra como ese hombre se había dirigido a ella, y mucho menos, besado su mano. Como era de esperarse, la ineptitud de la joven mujer se tradujo en nerviosismo, y el nerviosismo, en rubor y palabras que se atropellaban las unas a las otras. Se sentía como una chica de clase; solo que sin dinero, y en un entorno que enfermaría a cualquier chica criada en cuna de oro.

Con un nudo atándose en su garganta, habló.

— Y-yeah. Seguro. Vamos.

Atendiendo su petición, Amélie siguió sus pasos, y atravesó el local para salir por la puerta más cercana. En el trayecto se percató de que algo muy extraño ocurría, pues la que hasta hacía un momento fueron decenas de miradas de curiosidad, habían sido reemplazadas por incertidumbre negativa, y cuchicheos que parecían no converger en un acuerdo. Una vez atendiera al extraño, la mecánica se encargaría de ahondar más en lo ocurrido. Ayudar era su prioridad.

"Cadis Etrama Di Raizel."

... Cadis. Amélie no logró recordar todo su nombre. Solo lo llamaría "Cadis" o "señor".

Fuera del recinto aguardaba pacientemente la penumbra. El enceguecedor brillo de las luces de neón era apenas mejor que el hedor de la chatarra, el herrumbre, y el humo característico de cientos de cigarrillos consumidos al mismo tiempo. Era un mundo sucio y deprimente. Un sitio donde la mano piadosa de dios no había llegado, y que día a día reclutaba más afortunados en sus filas.

Un nuevo flujo de palabras dio inicio, y Amélie no tuvo el desacato de interrumpir a tan enigmático sujeto. Cada palabra pronunciada por el extraño resonó melodiosa dentro de su cabeza, casi como una orquesta divina. La diferencia de sus realidades parecía más grosera cada segundo. Al finalizar, se armó un silencio de apenas dos segundos.

— Si, yo creo que puedo hacerlo, creo...

Si podía. Pero las dudas la abrumaron, y no podía evitar sentirse extraña ayudando a alguien que (evidentemente) no pertenecía a su círculo.

— Okay... déjeme ver. —
acabó por ceder.

Emitió un suspiro, y volteó el aparato para examinar todas sus caras. Se trataba de tecnología que llevaba un tiempo perfeccionando de forma muy diferente a como lo hacían las compañías (para evadir el monitoreo del GSP, entre otras funciones), sin embargo, conocía los mecanismos progenitores del mismo, de modo que si podía interferir. Tan solo debía limitarse a las funciones básicas; nada de descubrimientos, o alternativas "pirata".  —Muy bien, puedes contar conmigo. Pero primero quiero hacerle una pregunta. —enfrentó su mirada con la propia. Lucía una expresión de circunstancia. —¿Qué hace alguien como usted aquí abajo, señor?
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