[ two parts of one : priv. ]

¿Quién hablaba…?

Dolía tanto… Todo le dolía tanto… Su mano, frágil y delgada, se apretó ligeramente hasta encontrarse con la finura de su propia piel. No había nada en su mano. No había calor ahí. La fortaleza y el apoyo que sentía cada vez que apretaba su mano ya no estaba ahí. Estaba vacía. No había nada. ¿En dónde estaba su otra mitad? ¿Por qué no había otra mano apretando la suya? ¿Dónde estaba? ¿Por qué no estaba con ella? Se sentía tan sola. No le gustaba sentirse sola. Todo dolía cuando estaba sola…

¿Dónde estaba él?

Un ligero atisbo de conciencia se apoderó de su ser, obligándola a entreabrir con indescriptible esfuerzo sus débiles parpados hasta que finalmente el frondoso bosque de sus pestañas se disipó. Su mirada, oscura como la noche que caía sobre su cuerpo inerte, estaba casi tan muerta como el movimiento tenue de su pecho al respirar. Sentía frío, humedad, dolor. No lograba llenar sus pulmones apropiadamente y su garganta hacía un sonido desagradable al tratar de pasar el aire por ella. No podía respirar bien. La cabeza le daba mil vueltas y todo a su alrededor eran figuras sombrías, borrosas, inconexas. Pero entre la bruma de debilidad logro divisar lo que tanto temía. Su mano. Su propia mano. Sola.

— Yu… me… — El hilo frágil de su voz apenas es un murmullo perceptible. Estaba tan débil que apenas si podía hacer funcionar sus cuerdas vocales. Nadie le respondió. No había nadie a su alrededor. Su hermano no estaba con ella.

¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?

“Búscalo y luego regresen.”

Ah, sí, ahora que lo recordaba… Llevaba casi setenta y dos horas sin ver a su gemelo…

Era su castigo, el de ambos. Cuando regresaron de una noche de trabajo con heridas en el rostro, recibieron una seguidilla de severos castigos. Este era el último. Cuando hacían algo que enojaba a los amos del ERO, ellos solían aprovecharse de su condición para infringirles todo ese dolor sin siquiera ponerles una mano encima. Nunca supieron porqué, pero siempre que ella y su hermano se separaban por más de dos días, sus cuerpos empezaban a deteriorarse. No podían respirar, sus músculos se apagaban, sus corazones les fallaban. Ayumu sufría de ansiedad y arranques de violencia mientras que a ella le embestía una migraña que podía matar a cualquiera. Cuando superaban el rango de las sesenta horas, parecían enfermos terminales esperando a dar su último aliento; impacientes por acabar con el dolor recibiendo el frío abrazo de la muerte. Pero ella nunca llegaba. Simplemente los volvían a juntar para que recuperaran las fuerzas y hacerlos sufrir un tiempo más…

A veces los guardias del ERO hacían apuestas entre ellos. Cuanto se tardaban en encontrarse el uno al otro; qué métodos usarían; a quienes matarían por la desesperación de finalmente volver a estar juntos. La enfermaba. Ellos la enfermaban. Pero en ese estado su rencor y su odio estaban tan débiles como sus latidos… Tenía que encontrar a su hermano.

Yacía inmóvil en medio de un húmedo callejón. Su cuerpo delgado y femenino solo se protegía del frío de la noche con una fina yukata blanca; su cabello de ébano fluía en el suelo cual río en una noche de luna nueva; su piel estaba tan pálida y enfermiza, que el azulado de sus venas empezaba a ser visible; el brillo inocente y vivaz de su mirada estaba extinto, no había nada en sus ojos más que el foso de la desesperación, y debajo de ellos la enfermiza pigmentación de las ojeras por la debilidad. Respiraba con dificultad, como si una fuerza invisible rodeara su frágil cuello con cadenas de púas y sus pulmones estuviesen siendo consumidos por brea. No veía bien. Todo estaba borroso. Escuchaba el murmullo de pasos y voces a la distancia, pero no podía distinguir que tan lejos estaban. Podrían estar a más de un kilómetro o a tan solo dos metros de su posición. Era difícil decir.

Sin embargo, a pesar de su estado moribundo, solo había una idea firme grabada al rojo vivo en sus pensamientos. Yume. Tenía que encontrarlo. Seguramente estaba inmovilizado en alguna parte, esperando a que ella le encontrara. Era su turno esta vez. — ¡G-Ghnn…! — Se quejaba conforme usaba sus delgados brazos para arrastrar su pesado cuerpo por el sucio suelo. Dolía. Le dolía tanto… Pero tenía que encontrarlo. Tenía que ir con él para estar bien otra vez. Tan solo deseaba apretar su mano contra la suya. Sentir su presencia. Sentir que él estaba a su lado como siempre lo había estado. Juntos. Desde que salieron del vientre de su madre hasta hoy. Riendo, hablando, llorando, pensando, sintiendo y sufriendo todo juntos… Él era su otra mitad y tenía que encontrarla.

— ¡Y-Yu… me…! — Intentaba llamarlo, pero su voz apenas era el débil aleteo de una mariposa en mitad de la tempestad urbana. — Por… favor… alguien… — Seguía arrastrándose… Pero iba a ser imposible llegar hasta su gemelo por sí sola.