There goes our love again | Priv. Flashback

Parpadeo de forma lenta un par de veces observando las constantes vitales del sujeto en el monitor. El olor a sangre, el olor repulsivo a una cantidad innumerable de sustancias químicas, drogas me provocan náuseas pero no me llevan a vomitar por quinta vez en ese cesto que yace en un rincón, casi no hay nada en mi estómago para rellenar el cesto. Mi mirada se posa sobre mi mano diestra o mejor dicho el muñón vendado. Un cruel ajuste de cuentas, una advertencia para acabar de una vez por todas con mi negocio antes siquiera de que éste pueda extender sus raíces. A veces intento mover esa mano fantasma sin resultado alguno, la vieja costumbre.

No hay nada en ésta sala de cirugías clandestina que no me provoque náuseas, el muñón de mi mano diestra, esa combinación tan nociva de sangre y drogas variadas, el sujeto que yace a escasos centímetros delante de mí, durmiendo con unas constantes vitales tan precarias. Intento mantener la mirada fija sobre su cuerpo, una mezcla egoísta de hombre y máquina pero no puedo hacerlo por mucho tiempo. Mis ojos se deslizan velozmente por su figura hasta clavarse sobre el rostro del mismo. ¿Por qué hacerle ésto a un ser humano? No entiendo cómo se puede ser lo suficientemente egoísta como para no dejar partir un alma para que ésta pueda encontrar su merecido descanso, un alma que ahora estará confinada en un cuerpo híbrido entre humano y máquina, más máquina que humano en realidad.

Y a pesar de todo, a pesar del desprecio que tengo por mis secuestradores, los malditos anarquistas anticorps, no tuve más alternativa que ayudar luego de haber sido secuestrada delante de la puerta de mi propia casa. Humillada, amenazada y sin demasiadas opciones. No soy doctora, no soy una puta cirujana pero sin embargo mi talento, mis conocimientos fueron utilizados para sus propios fines. He sido yo quien le mantuvo vivo en todo éste recorrido. Suministrado distintas variedades de drogas y otros químicos médicos para mantenerlo a mi lado mientras los demás intentaron armar su cuerpo como si de un rompecabezas se tratase. Yo soy responsable, de manera forzada o no, sin mí él hubiera muerto y aún hay chances de que pueda despedir su último aliento las próximas horas.

Dubitativa, llevo mi mano izquierda y acaricio con un pulso tembloroso su mejilla derecha un par de veces. Está frío como un maldito cadáver pero no está muerto, seguro deseará estarlo cuando despierte, lo sé muy bien —No despiertes, simplemente...— pronuncio en voz baja hasta que me atrevo a inclinarme un poco sobre la camilla y casi pegar mi boca sobre su oído —exhala tu último aliento— y tras ese pequeño susurro vuelvo a sentarme sobre la silla. Apenas tengo fuerzas para mantenerme en pie, casi tres días sin poder dormir de forma apropiada, tres días encerrada aquí bajo constante vigilancia a pesar de que no soy la única que participó en ésta reconstrucción. Médicos, cirujanos pavoneándose por el éxito de la operación en los cuartos adyacentes mientras que Hellen, la criminal manca de apenas veinte años yace aquí encerrada.

Me sueno el cuello y éste suena como una reseca rama vieja, es doloroso y suelto un pequeño quejido. Podría dormir unos minutos más o intentarlo, lo necesito para no perder la cabeza en éste repulsivo lugar, ¿verdad? Observo a mi alrededor como una niña pequeña esperando la aprobación de mamá y papá para hacer lo siguiente. Apoyo mi cabeza sobre su vientre, las sábanas que lo recubren apestan a sangre y fármacos pero al menos son algo cómodas. Observo fijamente su rostro unos cuantos segundos, se le ve pacífico, totalmente ajeno a todo lo que ha pasado éstos últimos tres días casi de completa locura y carnicería. Finalmente mis ojos se cierran y abandono ésta cruel realidad.

A veces las buenas acciones tenían consecuencias negativas, quizás fuese algo muy filosófico o paradójico, pero así funcionaban las cosas en el mundo real, no siempre por ayudar al necesitado estabas destinado a convertirte en un héroe. Ese fue el destino de Kaito Hayabusa, quien antiguamente fue un juez que sirvió con honores durante su tiempo en servicio. Los motivos para trabajar de ese modo, puede que no parecieran los ideales, pero buscaba en cierto modo, ayudar a la gente, era la única manera que conoció para tener los recursos necesarios. Sus memorias estaban llenas de conflictos, sangre, muerte, pero había un recuerdo en particular que atesoraba, el de aquellos pequeños niños que habían venido a abrazarlo luego de rescatarlos el derrumbe de un edificio, no era su trabajo, no formaba parte de sus obligaciones, y aun así lo hizo. Recuerdos de una vida pasada, o al menos eso creía, en el momento que la nave en la que viajaba la estación espacial explotó, desconocía que había sido un sabotaje, lo único que sintió momentos después fue como su cuerpo estaba ardiendo. Un calor indescriptible, lo único que podía decir era que ojala se detuviese, quería morir pronto. Una voz, una chica, parecía estarle llamando en cierto modo. Quizás fuese la voz de la niña que rescató, la que le andaba esperando del otro lado, al menos podría decirse que no sentía ese dolor, por lo que simplemente era estirar la mano y alcanzarla.

Los sensores de las maquinas comenzaron a sonar con mucha frecuencia, el pulso y los signos vitales se estaban disparando de golpe. Kaito había abierto los ojos, sin embargo, pese a los deseos del juez, quien solo queria descansar, no veía algún paraíso o un infierno abrazador, no, sus ojos estaban inundándole con datos, informacion que le recordaba mucho a las PDA que revisaba constantemente antes. La mirada comenzó a moverse por todos lados, estando en un cuarto, no sabia donde ¿Qué había pasado? Sus últimos recuerdos eran haber estado ardiendo, ahora, estaba en un lugar desconocido. Fue en ese momento en que comenzó a sentir mucho dolor, su respiración se agitaba. Quiso alzar su mano y la sentía muy pesada, algo no andaba bien. Su anciedad iba subiendo, a tal punto que ahora sus constantes vitales estaban disparándose por los cielos, una alarma de emergencia sonaba.

En ese momento, uno de los científicos que lo había atendido, entra de golpe junto con unos guardias – ¡Es un ataque de pánico! ¡Date prisa y cálmalo! – Exigía a la albina que estaba a su lado, mientras otro par de hombres venían a sujetarlo. Todo ese tumulto de gente, hizo creer a Kaito que andaba bajo ataque. Su cuerpo estaba empezando a soltar electricidad, fue tan fuerte que uno de los hombres que intentaban frenarlo recibió una descarga tan fuerte que salió despedido hacia atrás.

En mis sueños pateo una pelota de fútbol en uno de los vecindarios más pobres de Múnich. Llevo el cabello corto y rubio, mi rostro y mis ropas están sucias, los demás niños no tienen idea de que están jugando al fútbol con una niña. Estoy triste porque mamá me dejó a mí y a papá hace poco más de una semana, la extraño y detesto a partes iguales. A lo lejos veo a papá correr hacia mí, perseguido por unas hipnotizantes luces parpadeantes de la autoridad, me toma entre sus brazos y corre, corre como si no hubiera un mañana. Las sirenas son ensordecedoras pero él y yo logramos escapar de los uniformados, las sirenas, las sirenas hacen daño a nuestros oídos.

Despierto. Por unos segundos no sé lo que ocurre, un pitido intenso, las constantes vitales son irregulares, me limpio velozmente un hilo de saliva con la manga de mi bata blanca ensangrentada. Un cirujano clandestino ingresa a la sala junto con algunos guardias, me ordena tranquilizarlo y le arrojo una breve mirada fulminadora antes de ponerme a ello, justo a tiempo antes de que él, el hombre máquina comience a brillar y a despedir un aura eléctrica nociva, lo suficientemente fuerte como para mandar a volar a uno de los hombres que había intentado sujetarlo. Ese pequeño crujido me da a entender que se ha roto un hueso o dos a causa del impacto, sé qué hacer, sé cómo proceder.

Observo los fármacos, algunos químicos sin refinar, inserto uno vía intravenosa, no puedo permitirme perder el tiempo, tiempo que ya estoy perdiendo a causa de no tener una puta mano pero que aún así logro arreglármelas para llenar una jeringa con una receta propia de la casa, lo suficientemente fuerte como para lograr dormir a cualquier aberración que las mentes "brillantes" de hoy en día puedan crear, alguien como él. La inyecto en su cuello casi sin tacto alguno —Salgan de mi puto quirófano y vayan a tratar a ese hombre herido— no es mi quirófano y tampoco soy quien para dar las órdenes pero tengo todo bajo control y no quiero a nadie más a mi alrededor siendo un estorbo y asustando a éste sujeto —Todo está bajo control— arrojo una mirada breve al cirujano que ingresó con aquellos guardias, luego la giro hacia él, hacia el hombre máquina —Todo estará bien, de veras— por un momento siento el impulso de acariciar su frente, su mejilla con mi mano, pero solamente logro tocar la nada. Parpadeo un par de veces, confundida, olvido que ya no tengo esa mano conmigo.

—Soy la doctora Jäger, necesito que me mires a los ojos y me escuches, todo está bien, estás a salvo— ¿lo está realmente? No lo sé, lo dudo seriamente pero es mejor engañarlo para que su cuerpo desista a la hora de desprender ésta energía tan dañina que parece volver locos algunos aparatos y fritar otros no tan resistentes, más frágiles —Yo estoy cuidando de ti— pronuncio finalmente. Se llevan al hombre herido y finalmente nos dejan solos. ¿Serán los fármacos lo suficientemente potentes como para hacerlo dormir? Sería ideal más no me aferro a esa pequeña esperanza.