brothers to the last fight —Ashley.

Él, triunfador, buen estudiante y compañero, amigo de incluso sus enemigos, buena casa, buena vida, adorado incluso por los altos cargos y un ejemplo a seguir para todo el mundo. Me refiero a Ashley, quiero decir, su viejo amigo aquél que conoció a los principios de recién mudarse a aquél asco de lugar que Kaida había destruido con sus alianzas. Ash era como un hermano como Alan, y no exageraba; cuando más lo necesitaba lo tenía siempre ahí, sabía sus penas, sus vicios, le ayudó cuando más necesitaba salir del pozo de la droga y la mala vida y siempre le tendió la mano para levantarle cuando siempre estuvo solo y alejado de la gente. En cambio, después de tan gran descripción para un hombre tan brillante, cabe preguntar, ¿qué hace él con un desastre como Alan?

Nadie lo sabe, ni siquiera el propio moreno conoce la respuesta, sólo las largas noches de cervezas, risas y comentarios como si fuesen hermanos, aconsejándose mutuamente aunque los consejos del albino fuesen mucho mejores que los de un joven como Alan. No sabía si volvía a él como una reunión amistosa y desenfadada o si el reencuentro sería formal y serio, como el de una entrevista requería. Sólo quería saber cómo estaba, volver a antaño, y nada más. Se detuvo frente a la puerta de aquél gran edificio de aquella megacorp que Ashley lideraba, y se le escapó una pequeña risa en un bufido mientras tiraba el cigarro al suelo y lo apagaba con la suela del zapato. —Qué calladito te lo tenías, cabrón...— susurró, sin poder evitar alegrarse internamente por el éxito en la vida del contrario.

Entró saludando a la recepcionista desconocida con un cabeceo, enseñando de pasada la invitación del jefe y yendo directo al ascensor. Se recolocó la chaqueta; no sabía exactamente cómo acabaría aquél día con su viejo compañero de batallitas, por lo que no sabía si arreglarse para una entrevista o ir de normal, como él iría. Así que acabó optando por una chaqueta arreglada pero abierta, una camisa y unos vaqueros negros. Cuando el timbre del ascensor anunció la llegada a una de las plantas más altas, salió de allí, buscando el letrero que anunciara grabado en plata el nombre de Ashley. Entonces llamó, con unos rítmicos golpecitos en la puerta repitiendo una de las tantas canciones de moda, nada formal, ¿para qué, si ya había confianza? No esperó una aprobación por parte del mayor cuando ya entró, extendiendo los brazos a cada lado de él y alzando la cabeza como saludo. —¡Hombre, Ash! Qué calladito te tenías esto de que eras un tocho de NeoArghia, ¿eh? Saca las cervezas, muchacho, sé que tienes alguna escondida por ahí. El viejo Ashley siempre va a seguir dentro de ti, borra esa cara de perro y saluda a tu amigo, joder— animó, como si nada, dejando caer los brazos a cada lado de su cuerpo y tomando asiento en una de las sillas frente al escritorio.

Apoyó la espalda en ésta y, lejos de estar erguido y mirando al frente, dejó un antebrazo apoyado en el respaldo y la otra mano colgando entre sus piernas separadas, mirando a todos lados, sobretodo a las fotos colgadas en la pared lisa, las medallas tras una vitrina llena de certificados cargados de pasado y años de esfuerzo, volviendo la vista a él. —Sí que te ha ido bien la vida— mencionó, asintiendo lentamente con la cabeza. —Ya podrías haberme llamado o mandado un mensaje, aquí hay uno que se ha remodelado y busca trabajo como un puto loco. Una ayudita no viene mal, ¿no? No lo hagas por mi, hazlo por los pequeños Ashley Junior y Alan Junior— bromeó, inventándose los nombres de sus futuros hijos, como un intento de llegar a tocarle la fibra y hacerle ceder.

Observo mi propia figura delante del espejo de cuerpo entero que yace sobre una de las paredes de mi despacho. Observo mis vaqueros azules oscuros, mis zapatos negros, mi camisa pero más importante aún, intento observar y dar con la respuesta a la interrogante que me he estado haciendo a mí mismo desde que acordamos éste encuentro. Mi pregunta es, ¿cuánto he cambiado realmente? Desde que era un estudiante universitario que pisaba ésta ciudad por primera vez hasta llegar a lo que soy ahora, presidente de NeoTech por simple herencia. Mi personalidad, mi forma de ser como algunos dirían, ¿cuánto se ha visto afectada? Más importante aún, ¿cuánto ha cambiado él desde las aventuras y desventuras que compartimos? Tiempos en los que sobre mis hombros no habían tantas responsabilidades. Ojalá no haya cambiado mucho desde entonces, supongo que en breves lo sabré.

Me paso unos buenos minutos de descanso sentado sobre la silla tras mi escritorio con ambas piernas recostadas sobre el mismo. Intento leer una de mis tan particulares novelas favoritas, de esas que oculto entre libros de ingeniería, electromecánica y demás para guardar ciertas apariencias cuando estoy en público. Sin embargo no puedo centrarme en la lectura, me invaden pensamientos, situaciones divertidas del pasado y otras algo trágicas que compartí con él. Puedo considerarlo un amigo, no, más que eso; con él comparto lazos de hermandad, sin lugar a dudas.

En cuanto la puerta se abre no solamente guardo de forma presurosa la novela erótica, sino que me veo obligado a reincorporarme y vaya, la sonrisa que esbozo casi no tiene cabida en éste despacho mío —¿Alan?— pronuncio su nombre frunciendo levemente el ceño, sonando algo confundido, casi como si no hubiera estado esperando su aparición —Creo que estás algo equivocado, es temprano por la mañana y el bar más cercano queda a la vuelta de la esquina— me permito bromear con él, por supuesto y de forma muy irónica dispongo de una bebida para ofrecer y compartir en momentos como éste y otros obviamente una pizca menos alegres —Aunque lo admito, me conoces bien, demasiado bien— le guiño el ojo y le doy la espalda de forma breve para tomar una botella de whiskey que guardo en uno de los cajones de mi escritorio junto con dos vasos de cristal, idóneos para la ocasión. Me causa un poco de gracia su comentario respecto a lo bien que me ha ido, no está equivocado pero tampoco ha sido fácil. No es fácil llevar semejante carga sobre los hombros y a la vez intentar sobrevivir; al hacerme cargo nadie dijo que muchas personas me querrían muerto.

Me acerco a él con el vaso lleno pero antes de entregárselo estrecho fuertemente su diestra. Creo que no ha cambiado, no tanto al menos y eso de alguna manera me alegra y consuela, qué bueno es volver a verlo —¿Ashley y Alan Junior?— aún sonriente repito los nombres de esos niños. Niños, tres décadas de vida y aún no he pensado en tener ni uno, ¿acaso él sí? —Hazme caso, apenas tengo tiempo para mear como un ser humano normal, tener la vida social que tenía antes es casi impensable— me explico tal vez exagerando un poco y me dispongo a servirme un poco del whiskey. Es complicado poseer semejante cargo y hacer las cosas que solía hacer, no es nada fácil y logro entender los motivos de mi viejo por estar siempre ausente en mi vieja vida.

—¿Remodelado? Estoy seguro de que esa palabra no está en tu vocabulario Alan— suelto la broma junto con una pequeña risa antes de elevar el vaso de whiskey en señal de brindis por el encuentro y bebo todo de un rápido trago. Tan temprano y bebiendo, no es propio de mí pero la situación lo amerita, no me jodan —Ahora dime— hago una pequeña pausa para sentarme y dejar mis pies nuevamente sobre el escritorio, nada de formalidades por un momento, eso es por lo general un gran alivio —¿Qué es lo que te trae por aquí? No me digas que lo del trabajo...— entrecierro los ojos. ¿De verdad busca un trabajo? Si es así es un cabrón por haber venido hasta aquí, sabe que no puedo darle un no como respuesta pero no me fastidia, solamente deseo fastidiarlo un poco con la "entrevista" y saber los motivos de semejante decisión.

Con él no tenía que ser formal, como lo era cuando salía con una de sus hermanas, con algún alto cargo en un intento de disimular que no era un caso perdido o cuando Cassiopea le arrastraba al exterior de la casa para ir a buscar aquellos detallitos para los bebés o a por ecografías. Con él podía ser él mismo, liberar al idiota que llevaba dentro y saber que no sería incómodo para ninguno de los dos. —Venga ya, los tíos ricos siempre estáis de fiesta en fiesta y metidos en el ERO. No me digas que no tienes tiempo para nada. He visto robots ahí abajo haciendo la mitad del trabajo de todo el mundo, ¿es que tú tampoco tienes? No me digas que los fabricas para cumplir tus fantasías y no para dejar de romperte la espalda en el curro— tomó el vaso para dar un largo trago, siseando y desviando la mirada a las afueras de aquella ventana. —Pues para tu información, ahora soy un hombre formado y con estudios. Y culto— exageró, arqueando la ceja —, no me queda otra teniendo a una viciada de los libros en mi casa y que no hace otra cosa que poner documentales de historia en la tele— continuó, como un intento de defensa.

Viró la mirada a Ashley cuando llamó su atención, reincorporándose un poco y alzando ambas cejas. Oh, vaya, ¿de verdad él estaba pensando que se había pateado NeoArghia para sólo tomarse una copa con un viejo amigo? Que sí, que era verdad, pero también era verdad que quería ponerse las pilas, porque entre Cassio y Aren con el sueldo de cuidador, se estaba fundiendo el dinero que le dejó su hermana, y la deuda no se pagaba sola. —Ash, me ofendes— respondió, llevándose la mano al pecho de forma teatral y frunciendo los labios. —Estoy aquí porque vi esa solicitud de empleo en la web, y joder, aquí se cobra bien, ¿no?— bromeó, apoyando un brazo en el respaldo de la silla y dando otro trago a aquél whisky. Su puta madre, cómo rajaba.

—Ahora soy un hombre casado a la espera de que mi mujer salga de cuentas y me de a dos hermosos niños— confesó, encogiendo los hombros. —Y un hombre que está hasta el cuello de deudas. Del ERO cuando saqué a mi mujer, de mi hermana por prestarme dinero, por el alquiler… Y no voy a dejar que ella trabaje. Quiero que esté como una reina, prefiero pasar yo horas fuera de casa haciendo dinero que obligarla a ella a colaborar— añadió, recolocándose la chaqueta con aires de grandeza y ladeando la cabeza con una sonrisa burlona. —Qué, ¿estoy contratado o no?. Doy el perfil, eh— aquél vago intento de convencerlo sabía que no iba a ser suficiente para conseguir el puesto. Suspiró y rodó los ojos, pensativo. —Mira, si me contratas no te causaré problemas. Ya estoy bien, no me meto nada ni voy por ahí agrediendo. No notarás ni que estoy aquí, en el buen sentido digo—.

Parecía que el que había avanzado más de los dos era el cabeza loca de Alan, pero no. Él seguía con sus líos, sus miedos y sus quebraderos de cabeza con aquél gran paso que tenía que dar, que, a decir verdad, aún no estaba muy seguro de si quería ser padre. —Flipante, ¿eh? Quién me iba a decir a mí que iba a acabar con un pivonazo al nivel de una modelo— bromeó, orgulloso de Cassiopea al completo. Asintió lentamente, fingiendo estar totalmente convencido de aquello. —Y tú si quieres puedes ser el padrino. Y enchufar a mi hijo cuando crezca, por supuesto. El pequeño Alan Junior merece estar en ésta oficina también— continuó con la broma, ensanchando la mueca y brindando con aquél vaso lleno de licor.

Dio un largo trago junto a él tras el brindis, ladeando la cabeza mientras le escuchaba y siseaba para relajar el ardor de la garganta. —Así que Ashley está pasando por lo mismo que yo hace un tiempo— mencionó, dándole un golpecito en el hombro y haciendo temblar la pierna derecha como uno de sus tics. —Yo sólo te digo que prepares la cartera, porque esas son las más caras. No quiero ni recordar toda la pasta que solté a Cassio sólo para sacarla de allí unas horas, comprarle todo lo que necesitaba para que dejase de ser una esclava sin ropa o sin caprichos y para llegar a sacarla de aquél trabajo. Si te digo que no me he endeudado con mis hermanas te estaría mintiendo— pero él no se arrepentía de nada. —Eh, ni se te ocurra parar. Yo también quiero enterarme de tus dramas y tus amoríos. ¿Cómo es? ¿Ya le has enseñado las estrellas y soltado la típica mentira de que una de ellas lleva su nombre? Tío, con esto de la estación espacial todo queda muy creíble, y más tú con el dinero que tienes—. Se reincorporó para apoyar los codos en la mesa, ojeando el papeleo sobre ésta. ¿Dónde estaba su contrato, a ver que yo lo vea?

—¿Ya has pasado de la primera base o aún no te ha dejado ni tocarle el culo o besarla?— bromeó, tamborileando los dedos. Cualquier cosa le valía para hacerle el lío a Ashley y que pusiera su nombre en aquellos papeles. Si podía engatusarle con los malos consejos del viejo Alan que conoció, tiraría por ahí. —Mira, hazme caso. Llévala de compras, hazle un regalo con el vestido más bonito de toda la tienda y los mejores tacones, invítala a cenar y te aseguro que no vais a salir a comer nada porque no te va a dejar siquiera salir de la habitación. Te lo digo por experiencia amigo— y no era el más indicado para hablar, a decir verdad, porque, aunque acabó bien porque finalizó en el ERO pagando la deuda de su ahora esposa, él ni siquiera podía decir que se pasó la noche entera con ella en la habitación, porque no hicieron nada.

Se puso más serio, arrugando los labios en una mueca cuando Ashley dejó las bromas a un lado. Joder, todo su numerito de liarle para que cediese estaba yendo como el culo, por lo que veía. Tragó saliva y, aunque no quiso apartar la mirada para ganar aquél pulsito, tenía miedo. Creía que volvería con las manos vacías y siendo un fracasado a casa, que tendría que rebajarse a su hermana para volver a pedir dinero y, se lo pidiera a quien se lo pidiera, o Kaida pondría a Cassiopea en el ERO de nuevo por todo lo que le estaban sacando o Agnes le mandaría a la mierda porque jamás colaboraría para ayudar a la persona que le había arrebatado a su hermano. —Me cago en… eres un completo cabronazo— rió finalmente cuando reveló que todo aquello era una broma, que se había quedado con el trabajo. —Mira, tú dame ya la porra y te demuestro que aquí no entra ni Dios que no sea de la oficina— habló totalmente convencido, con un tono burlón y riendo feliz. Se levantó para estrecharle la mano, buscando una pluma sobre el escritorio o un bolígrafo Bic cualquiera para tomarlo. —Venga, déjate de rollos, ¿dónde tengo que firmar?— habló animado, apoyando una de las manos sobre el escritorio mientras la otra sostenía la pluma. —Que en cuanto firme, te juro que te voy a llevar de copas y a recuperar el tiempo perdido.