❝Bottom of the deep blue sea —PRIV.+18

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Tras tantas sesiones de psicólogo, lo único que pilló y destacó de la última fue un “ya estás preparada y deberías ir pensando en rehacer tu vida amorosa, Agnes”. Claro que, la torpe muchacha no tenía ni idea de que no era más que una indirecta bastante directa hacia ella, que el gran Querubín que la trataba le apuntó con una flecha de su arco en dirección a su corazón y que, pese a que clavó la punta, no llegó a herir aquél órgano hasta el punto de hacerla rabiar de amor por él. Se lo tomó más bien como un “sal de fiesta, conoce gente nueva y disfruta de tu vida y cuerpo como te de la gana, y si viene el amor pues recíbelo con los brazos bien abiertos”. No tardó en caer en la vulgaridad de recurrir a una página de citas en una aplicación del móvil bastante típica entre los jóvenes. Los flechazos iban y venían, por supuesto, pero el único mutuo fue con un chico que se presentaba como Ichiro Hisoka, moreno, de ventisiete años y de profundos ojos avellana por parte de su madre. Aquella característica se hundió en ella, quizás por su obsesión con mirar a las orbes de la gente y enamorarse de ellas, por siempre andar buscando ojos bonitos con los que sentirse halagada ante su mirada.

Quedó en una cafetería cercana a su apartamento a las ocho de la tarde, ya caída la noche y con un ambiente tranquilo para poder encontrarle rápido y no andar dando vueltas en busca de su oosible amado. Aunque hacía normalmente frío en aquellas alturas y con aquella noche, agradecía poder estrenar ropa nueva por fin sin ocultarse entre capas y capas de abrigos por comenzar la primavera, una calurosa para su sorpresa. Quizás porque el planeta estaba yéndose a la mierda y los rayos del sol aún seguían penetrando con fuerza incluso oculto tras la luna a medio llenarse. En mitad del anochecer, paró frente al escaparate de aquél sitio, recolocándose las cadenas que colgaban de su pantalón cargo negro, atándose bien las botas  y recolocándose el crop-top negro que mostraba todo su vientre plano y tatuado, además del canalillo por un decorado en forma de gota de agua que decoraba su cuello con un chocker incorporado en la prenda. Las hebras le caían por la espalda completamente lisas, girándose el séptum y los aros de tono plata que no hacían más que girarse dentro de los túneles que sujetaban sus lóbulos dilatados. Entró dentro tomando aire, emocionada y nerviosa, buscando con la mirada con un brillo de ilusión en sus orbes verdes a aquél chico que tanto le había gustado a través de la aplicación.

Ya se lo dijo su hermano antes de salir de casa. “Ten cuidado, quizás te han timado y se han hecho pasar por otro y no es quien te esperas”, pero ella decidió ignorarle, orgullosa, pensando que quizás él estaba aún enamorado de ella y no quería que fuese feliz con otro hombre. Encontró una cabellera negra y el perfil de un varón sentado, alejado de la entrada casi en la oscuridad de aquél local medio vacío, y por ser el único más joven de todos aquellos hombres de tono azabache en sus hebras, se acercó a él con paso rápido. Sacó las manos de los bolsillos de los laterales de sus muslos, agarrando el respaldo de aquella silla y dedicándole una sonrisa adorable tras aquellos carnosos de tono vino. —Hola, ¿Ichiro?— preguntó insegura, tomando asiento aun así, convenciéndose de que debería ser él, pese a que el sujeto que ella buscaba estuviese a un par de mesas de ella y no tenía el aspecto que decía ser. No era más que un hombre de treinta y muchos, con una cicatriz que le cruzaba un ojo vacío cerrado y sin pestañas en éste, pelo pelirrojo y mucho más alto que lo que decía ser en la aplicación. —Por fin puedo verte en persona— rio de forma nerviosa, apoyando los codos sobre la mesa, sin dejar de mirarle a los ojos con una sonrisa tonta y ladeando el rostro, suspirando como una adolescente enamorada. —Eres mucho más guapo aquí que en la foto, ¿sabes?— añadió, girando la cabeza al notar un toque contra su hombro seguido de un agarre fuerte, con aquellas uñas ennegrecidas por tierra clavándose en su piel desnuda.

Ella arrugó la nariz confusa, entornando la mirada. —¿Pasa algo? ¿Quiere una foto o un autógrafo?— preguntó, porque quizás fuese una de esas personas que pagaban por la página oficial para ver sus fotos y sólo quería verla en persona, saludarla e irse. —Él no es el hombre que buscas—. Aquél tono de voz le heló la sangre, mirándole de arriba abajo y arrimando la silla a la mesa como un intento de apartarse. Rio nerviosa, negando con la cabeza. —No sé de qué me habla, de verdad— murmuró, girando el rostro para mirar a Rhaenor, en busca de ayuda o que le aclarasen las cosas. —Tú eres Ichiro, ¿no?— casi suplicó, cambiando su expresión de incomodidad a puro terror, apartándose rápida y golpeando la mano que la sujetaba del hombro con más fuerza, casi queriendo arrastrar su silla hacia atrás para apartarla y llevarla con él.

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Aunque todo pasó demasiado rápido, ella seguía en shock. Por su cabeza hubieron cien visiones distintas de qué podría haber ocurrido de andar sola en aquella cafetería esperando a un hombre que no era. Quizás tirada en una cuneta, abusada por él o ambas cosas a la vez en ese orden, o inverso. Se frotó los brazos, no porque hiciese frío sino porque ella temblaba aún por el miedo y el momento que había pasado, pálida y con los ojos abiertos antes de mirar al chico que se sentó frente a ella, descendiendo lentamente para tomar asiento y tragar saliva. —Siento todo lo que ha ocurrido, y tener que arrastrarte a ti también por ser una imbécil— susurró apartándole la mirada, aún con el título en un periódico ficticio de “modelo erótica encontrada muerta junto a su casa”. —De verdad, de no ser por ti no sé qué habría sido de mí por andar sola— continuó, intentando sonreír pese a que no le saliese la mueca.

Tomó aire al escucharle, extendiendo la diestra para estrecharla con la suya con aún la mano temblorosa, bajando un poco la mirada, casi sintiéndose pequeña ante los ojos del chico. —Agnes— respondió, ahora sí, crispando las comisuras en una media sonrisa, soltando un suspiro más calmada, como si aquel contacto le transmitiese paz. Ella encogió los hombros con una suave risa, ¿y ella qué coño decía ahora para no quedar de tonta? —Mi psicólogo me dijo que buscase nuevas experiencias y que intentase abrir mi corazón de nuevo al amor. Y la forma más rápida que encontré de conocer nuevas caras y enamorarme de alguien era una aplicación de mierda que anunciaban por la tele— hizo un mohín con los labios, sintiéndose idiota. —Ya ves cómo me ha salido. Puedo ir descartando eso de la lista como un buen sitio para conocer gente—. Tamborileó los dedos en la mesa tras soltar su mano, dándose cuenta de que la andaba sujetando más tiempo del necesario, intentando disimular con aquella melodía de sus falanges contra la madera. —Oye, ¿de verdad tú no andas en esa aplicación? La foto que usaban era de alguien muy parecido a ti— confesó, sacando el móvil de la chaqueta, buscando la página, la conversación, pulsando en el perfil del falso Ichiro y mostrando la foto a Rhaenor. —No sé si es casualidad, el destino o qué cojones, pero no esperaba encontrarme con el verdadero de esta forma.

Negó con la cabeza, suspirando. —No me han ido muy bien todas las relaciones— se sinceró de más, como si realmente la cita fuese con él y le conociese de bastante tiempo, lo suficiente como para abrirse. —Por eso intenté dar una oportunidad a ésto. Porque pensé que ésta sí iría bien, que tendría suerte así al menos. Ya veo que estoy gafada, o que soy la viuda negra, pero sin llegar a que mueran. Simplemente a que se cansen de mí y me pateen o a que siempre ocurra algo que lo joda todo— encogió los hombros, ya estaba acostumbrada a aquello. Agnes le señaló con el mentón, mirándole curiosa y volviendo a sonreír mientras apoyaba el codo derecho sobre la mesa y la mano bajo su barbilla. —¿Y tú?— preguntó, arqueando una ceja. —¿Andabas esperando a alguien o estabas muy ocupado y te he jodido el momento de paz?

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Era complicado de explicar para alguien que no estaba dentro de su cabeza como ella, o que no entendiese a un alma frustrada como la suya. —Es… difícil de responder— admitió sonriendo un poco, encogiendo los hombros. —La gente que he amado con todas mis fuerzas nunca me lo devolvieron como yo lo hice, o nunca podríamos estar juntos por la sociedad y la familia— respondió, sonriendo forzada. —Pensé que si jamás encontraba en persona a alguien que de verdad me quisiera como yo le amase, quizás en una aplicación fuese más fácil— se excusó, riendo un poco y recibiendo la cerveza sobre la mesa, devolviéndole una sonrisa adorable al camarero como forma de dar las gracias y volviendo a centrarse en el que era su nueva cita. Volvió a sonreír ilusionada cuando dijo su nombre artístico, inclinándose sobre la mesa para apoyar los codos sobre ésta y las manos bajo su barbilla. —Pensé que en NeoArghia nadie me conocía— admitió riendo y bajando la mirada avergonzada. Se acercó un poco más para hablar entre susurros, pues supuso que nadie de allí debería enterarse de qué quería decirle por ser algo privado, o algo demasiado delicado de hablar en voz alta, sobre todo para una persona famosa y modelo que debía cuidarse.

—Ya me ha quedado claro que eres traficante, cielo— susurró, tragando saliva y mirando a su alrededor de reojo, centrándose en él de nuevo. —¿Podrías venderme cocaína?— indagó, metiendo lentamente la mano dentro del bolsillo del pantalón cargo para sacar la billetera y rebuscar a ciegas entre los billetes, sacando unos cuantos de valor alto y tendiéndoselos debajo de la mesa, acariciando sus dedos en aquél intercambio sin haberlo querido. —Dame lo que corresponda a ese precio. Si necesitas más dinero, pide. Tengo suficiente para pagar toda tu mercancía— aseguró, apartándose un poco para disimular y reclinarse en el asiento. —Pensaba salir ésta noche de fiesta con mis jefes y mis compañeras, y quería darme un buen festín de droga para animarme la noche. Sólo quiero olvidar las penas y ser feliz en mi propio mundo, ¿sabes?— informó, sonriendo ante aquella confesión y suspirando.

—Eres la primera persona que me dice eso, Rha— confesó, ensanchando la sonrisa, más calmada. —Nadie me ha mirado así, ni dicho esas palabras de corazón. Ya empezaba a creer que mi tiempo había pasado y debía retirarme del modelaje y quedarme en casa encerrada por años sin salir a la calle ni hablar con nadie. Pensaba que ya no le parecía guapa a nadie, o que jamás alguien llegaría a amarme o aguantarme. Aunque no me creas, tengo muchos problemas— se dio unos toques en su cabeza, a la altura de la sien con las yemas de dos dedos. —Tanto mentales como personales— añadió, borrando la sonrisa y suspirando. —Entonces qué, ¿me darías droga? A cambio te llevaré también a alguno de mis sets de fotos cuando me llamen, y te regalaré meses gratis en la página para que puedas verme siempre que quieras, para que jamás me olvides. Quiero dejar marca en alguien al menos, que mi paso por la tierra no haya sido en vano—. E, irónicamente, ése sería el último día que alguien vería a la gran Agnes Muller, o "Blue Bullet", con vida.

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Quizás fuese el destino el que decidió que ella escondiese aquella tarjeta con el número del varón en su escote, igual fue un mero venazo que no serviría para nada, pero aquella información sería de utilidad horas más adelante a la hora de encontrar el cuerpo e investigar a todo aquél que se relacionara con Agnes aquél día. Dio un trago a la cerveza con una sonrisa adorable en los labios, bajando la mirada avergonzada y riendo un poco antes de darle una leve patada bajo la mesa. —Deja de hacerme la pelota, no me voy a acostar contigo por eso — siseó, curada de espantos. Ladeó el rostro, apoyándolo en su brazo tirado sobre la mesa, casi como un gato recostado allí mismo observándole con pereza.  —¿Ah sí? Pensé que me conocías de mucho más que un par de meses —confesó, encogiendo los hombros.

Enarcó ambas cejas cuando él se levantó, siguiéndole extrañada y señalando la barra con el mentón.  —¿Esto es tu almacén? — indagó escéptica, cruzando los brazos bajo el pecho y alzándose sobre la punta de sus pies para observar qué cogía por encima de su hombro.  —¿Es que la cafetería es tuya? — insistió, apoyando una mano en el costado del hombre, tras él, y apoyándose en su espalda para abrazarle, feliz de ver aquella droga.  —¿Eso quiere decir que si me paso de media raya o de gramos me van a encontrar en mi bañera como Amy? — bromeó. Quizás no en la bañera, pero sí en un descampado.  —No seas dramático, yo controlo. Siempre lo he hecho — exageró, abriendo un poco aquella bolsita para olisquear por encima, meter la yema del meñique y relamer la cocaína allí impregnada.  —¿Entonces me has invitado a ésta o me has cobrado de más? — preguntó, sacando de uno de los bolsillos del pantalón cargo la cartera, cogiendo de allí una tarjeta vieja de crédito y tirando una raya delgada sobre aquél escritorio. La alineó con sumo cuidado, picando aquella droga y siseando para concentrarse.

—Casi me avergüenzo de admitir frente a un fan que soy una yonki — admitió, frotándose la nariz, sintiendo ya el picor de la cocaína sin siquiera esnifarla aún. Salivaba de más y sus ojos se abrían emocionados, comenzando a sentir lo que era el mono, observando aquella raya mientras enrollaba un tíquet de la gasolinera con prisas.  —Yo no soy top model. Yo soy suicide girl, que es distinto. A mí no me verás en pasarelas ni vomitando la comida, o queriendo entrar en una talla 32 — espetó, comenzando a temblar y cabrearse por no poder esnifar rápido por andar hablando con él. Las manos le vibraban, señal del mono, su humor se iba tornando cada vez más delicado y casi parecía haber pasado de adorabilidad a enfado rápidamente. Acabó por esnifar rápidamente, inclinándose sobre la mesa sosteniendo aquél tíquet enrollado dentro de uno de los orificios de su nariz y el otro extremo sobre la cocaína, dejando apenas un surco de polvo blanco sobre la madera oscura.

Se echó hacia atrás por reincorporarse rápidamente, frotándose la nariz y sonriendo con delicadeza.  —No es por rebeldía, es por alejarme de mi mierda de vida de alguna forma — confesó, retrocediendo de forma torpe y sentándose sobre un sillón viejo, hundiéndose en él y clavando la mirada dilatada en los ojos del moreno.  —Es en el Blue Ram, podrías venir, no llevo compañía masculina — dejó caer con suavidad, ladeando el rostro para apoyarlo en el cuero acolchado y ensanchar la sonrisa.  —Nos lo pasaríamos muy bien, Rha.

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Agnes se relamió la fila superior de dientes, riendo suavemente y golpeándole el hombro con el puño de forma suave para desplazarle un poco, de manera amistosa sin abandonar la sonrisa que tanto la caracterizaba; aquella que marcaba los hoyuelos de sus pómulos. —No seas idiota, hace mucho que dejé de ser una buena modelo. Me considero “decente” ahora mismo. Ni siquiera me llaman para sesiones, tampoco me pagan tanto como antes. Creo que he caído en picado y ni me he dado cuenta— se confesó, observándole sentarse en el sillón y acudiendo a él con prisas, como si un resorte la hubiese echo levantarse. Tomó asiento en uno de sus muslos como si fuese a pedirle regalos a Papá Noel, recorriendo su espalda con el brazo y apoyando la sien contra la cabeza del joven. —No he dicho ni una palabra de que íbamos a ese local a nadie. No hemos hecho promoción, tampoco la quiero. No quiero ser la atracción de todo hombre pajero y prehistórico de Neo Arghia— se quejó arrugando la nariz suavemente y palpando la espalda del chico. —Pero tú estás invitado a la fiesta. No lleves dinero, todo corre a mi cuenta. Sólo dí mi apodo y listo— añadió volviendo a sonreír.

Se tomó la libertad y la confianza de besarle el pómulo, sosteniéndole de la barbilla y asintiendo lentamente con la cabeza, notando los efectos de la cocaína correr por sus venas en el momento en el que su cráneo daba cabezadas, como si su cuello no fuese capaz de soportar el peso. —Sólo no tardes en venir a la fiesta, me canso muy pronto de esos sitios si me encuentro sola y con hienas a mi alrededor— susurró a su oído, mordiéndole el lóbulo y tirando lentamente de éste. —Si te preguntan, eres mi amante, pareja, lo que te apetezca, pero que te relacionen conmigo de una forma fuerte. No quiero buitres, tampoco niñatas detrás de ti. Eres demasiado hermoso como para dejarte ir, Rha— continuó, aspirando su aroma y mordiéndose el labio inferior, como si no controlase los instintos más animales que su cuerpo mantenía encarcelado para mantener las formas en público.

Jadeó de forma suave, incorporándose un poco antes de perder el equilibrio y caer sentada en su regazo, riendo antes de sisear y apoyar la cabeza en el hombro ajeno, alzando las manos para acariciar su mentón. Rió como una infante, feliz e ilusionada, con la mirada perdida y borrosa clavada en él observándole desde abajo. —Eres muy gracioso, Rha— murmuró, acariciándole con las uñas y suspirando de forma pesada. —¿Por qué no te he conocido antes? Me habrías animado la vida—. Tragó saliva de forma sonora, guiñándole un ojo e incorporándose para mirar sus orbes y acercarse a sus labios para susurrar contra ellos. —Reúnete conmigo en los baños del Blue Ram a la media noche. Te prometo que cumpliré con esa idea de diversión que ambos tenemos en la cabeza, y superaré todas las expectativas. Te lo juro. No tardes ni un minuto, o te juro que me iré.

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Agnes rió, sacando un cigarrillo y prendiéndole fuego antes de que la calada inundase de humo y nicotina sus pulmones, emanando éste en un siseo hacia el techo de aquél almacén. —¿Todas tus citas acaban así? ¿Invitándoles a droga y llevándotelas a casa?— murmuró girando el rostro para observarle de soslayo con una media sonrisa y mordiéndose el labio inferior. Incluso de más cerca, pudiendo apreciar sus sutiles pecas sobre el puente de la nariz, cicatrices probablemente viejas en una pelea callejera o manchas en la piel, le parecía un hombre hermoso. Un poco idiota, pero alguien con el que compartiría sus sábanas limpias, un café caliente, un par de risas acurrucados en el sofá y toda una noche de sudor, movimiento y placer bajo el tapado de su cama. Sonrió sin poder evitarlo, apartando la mirada de él por la tensión entre ambos, suspirando con aquél beso sobre su hombro desnudo. La piel se erizó junto a su vello de la nuca, cerrando las piernas de forma rápida para atraparle la mano entre sus muslos tersos y formados en aquél pellizco, volviendo a sonreír ampliamente y echando la cabeza hacia atrás junto a otra lenta calada.

—Cariño, si aceptas eso es peor que pactar con el Diablo. Una vez dices ser mío, no dejaré que ninguna otra mujer te mire o te toque, o que sientas deseo por otra fémina. Tu alma quedará ligada a la mía, agarraré tu corazón en mi mano y te mantendré con vida todo lo que yo dure sobre la tierra. Y una vez me traiciones o me abandones, clavaré las uñas en él hasta hacerte rabiar de dolor y matarte por ello— confesó en voz baja, ronroneante, dando cabezadas y notando todo más lento a su alrededor por la droga en sus venas o aquél cigarrillo que, sin comer, le provocaba mareos suaves que la obligaban a removerse sobre él para no perder el equilibrio del cuerpo.

Bajó al suelo sólo para volver a subirse en su regazo a horcajadas, rodeándole el cuello con cuidado de no marcarle la piel con la punta candente del cigarrillo de sabor a moras y observándole directamente a los ojos de forma torpe. Emanó el humo de una nueva calada contra la boca ajena, relamiéndose para hidratar sus carnosos y gruñir en voz baja por aquél movimiento de sus extremidades en sus nalgas. —Eres un listillo, Rha— susurró, acariciándole las hebras con las garras tono noche mate, revolviéndole éstas a la altura de la nuca y volviendo a llevar el cigarro a sus labios, y luego a los de él para que probase aquél mal vicio, volviendo a expulsar el humo hacia la boca ajena y acercándose a él para devorarle con ansias, como si llevase toda una vida sin besar a alguien y su cuerpo chillase candente a volver a probar la saliva de otra persona.

Pegó su pecho al suyo, removiendo sus caderas sobre las suyas para buscar un roce más íntimo entre los dos, entreabriendo los labios para tomar aire y volver a él, queriendo saciar su sed de amor. Aunque fuese todo una mentira, a ella le valía. Buscó su lengua con la propia, rozándola de forma lasciva, erizándose su piel con el mero sonido de ambas bocas luchando por la superioridad sobre el otro y coronando aquél momento con un mordisco en su labio inferior para tirar de él suavemente y soltarle. —No puedo esperar a volverte a ver y tocar ésta noche, Rhaenor— confesó en un murmuro, rozando su nariz con la suya y tirando el cigarrillo al suelo para que no incordiase, acunando su rostro con las manos y respirando entrecortada contra su boca, mordiendo el aire de forma tentadora contra ellos. —Te deseo— formuló arrastrando las sílabas. Y quizás fuese por la droga y aquella cerveza mal tomada, o porque realmente se sentía atraída a él, mas la Agnes sobria habría rechazado cualquier intento de intimar con un fan. Debía mantener una imagen, pero ya que había incumplido tantas normas, le daba igual acabar con su carrera como modelo por entregarse a la vida de los jóvenes y al placer.

Giró el rostro para mirar sobre el escritorio donde antes estuvo apoyada esperando aquella droga, bajando de su regazo y yendo hacia éste para rebuscar en sus cajones y sobre la superficie. Ya le importaba poco el dañar aún más su imagen, el ser ella quien rompiese con su propia carrera. Sólo quería adelantarlo cada vez más; aquél negocio le estaba arrebatando la poca juventud y vida que le quedaba. ¿Cuándo fue la última vez que pudo salir a la calle como una persona normal sin ser asaltada a preguntas o fotos? ¿En ver su cara en todas las páginas webs o portadas de revistas? ¿En tener que cuidar una imagen de mujer perfecta para evitar quejas de sus superiores?

Tomó una navaja vieja del cajón, abriéndola y rasgándose el pómulo en un corte profundo que cicatrizaría dejando marca. Ahí directamente había mandado su trabajo a la mierda, lo había abandonado, tirado por la borda y asimilado que jamás volverían a llamarla. Tiró el arma al suelo, limpiándose la sangre caliente que caía por su rostro en dirección a la ropa y lamiendo su propia sangre, degustándola como si fuese el mejor manjar. —¿Sabes? Abandono mi carrera.

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Sentía la adrenalina fluir por sus venas, la cocaína causar en ella un impacto superior que transformaba todo lo más simple en algo inolvidable y su respiración acelerarse hasta que sus pulmones maltratados ardieron a punto de sangrar por el esfuerzo. Ni siquiera aquél corte le dolió; ahora una semicircunferencia cruzaba su pómulo, marcándola de por vida; ya veía la revista digital con ella en la portada junto a un “Modelo erótica abandona la industria por desfigurarse”. Nadie quería a un intento de Joker en la industria, y ella agradecía que no fuesen tan abiertos de mente con ese tema. Lo que sí escoció pero causó un gran impacto en su interior fue aquella lengua recorriendo la herida abierta y goteando sangre, siseando y aferrándose a los costados del hombre con fuerza, clavando allí las garras y empujando su cuerpo contra el suyo. Mordió el aire frente a sus labios, ascendiendo las manos a su nuca, aferrándose a sus hebras y cerrando los ojos para besarle con deseo, dejándose mover por él.

—Eso ha sido lo más erótico que me han hecho nunca— bromeó en un susurro, y no mentía con que uno de sus fetiches era que lamieran su sangre, o lamer ella de su amante o pareja. Era divertido dejarse guiar por él, hacerle creer que andaba tan débil que no tomaría el control en ningún momento, o que estaba tan cansada o aburrida que ni siquiera necesitaba esforzarse para demostrarle nada. Apoyó las caderas en el escritorio, dando un pequeño salto para subirse sentada y separar las piernas, rodeándole el cuello con los brazos y enredándose en su cintura para evitar que se distanciara de ella. —Si mi psicólogo me viese ahora te juro que me mataría por ignorar sus consejos— rió suavemente; quizás él no la entendiera, pero ella se había visto envuelta en distintas terapias, obligada por su familia y ex parejas con la única razón de que no podía llevar la vida que ella quería y decía necesitar; andando de cama en cama y con una larga colección de mujeres y hombres entre sus piernas. Apoyó la mano tras ella, sobre el escritorio, impulsándose lo suficiente como para rodear su cuello con ambos brazos, irguiendo la espalda sin soltar sus caderas con las piernas y rozando su nariz con la suya.

—Rha— llamó, como una sentencia, abriendo los ojos y clavando la mirada gélida en sus cálidos ámbar, frunciendo el ceño. —Quiero montarte— siseó, rasgando su costado con las uñas y tragando saliva. —Vuélvete al sillón, ahora— ordenó finalmente, aferrándose a la tela de la camiseta que le cubría y tirando hacia lados opuestos para quebrar ésta, inclinándose para recorrer el pectoral con la lengua y morder su cuello.

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Estaba nerviosa como el primer día, el temblor de sus manos la delataba y el brillo en su mirada gritaba que quería llorar de felicidad o que era solo inquietud, como si volviera a ser nueva en todo aquello. Era irónico, se había pasado desde los dieciocho años trabajando con su cuerpo y entregándose a los hombres y ahora que estaba con aquél chico no sabía como reaccionar, como devolver todo su cariño y pasión de forma adecuada, no sabía cómo expresarle lo mucho que le deseaba y le quería sin parecer principiante en ello. Tragó saliva y su roce fue lo que hizo que su piel se erizara incluso con la brisa cálida de la primavera, que le mirara a los ojos sin poder decir nada y que se mordiera la lengua por no encontrar palabras para devolverle los comentarios lascivos que el moreno lanzaba. Se movió con nerviosismo sobre él, pareciendo querer acomodarse aunque rozara a posta sus zonas erógenas con su cuerpo, curvando las comisuras de forma tímida aún con el mordisco aferrando el labio inferior y la mirada desplazándose por las orbes contrarias.

Dio una bocanada de aire al sentirle bajar más sus dedos, apoyándose sobre las rodillas una vez más para alzar su cuerpo y dejarle hueco para moverse, instalando las manos contra sus hombros para mantenerse alzada y abrazarle, cediendo a sus movimientos contra su sexo. Tembló de forma notoria sobre él, acelerando la respiración contra sus hebras, removiéndolas por los resoplidos que escapaban de sus labios y juntando las piernas o intentándolo por espasmos de placer. —Sería capaz de todo por ti, Rha— confesó de forma costosa por los mareos de la droga y la situación, que cada vez aceleraba más su pulso y le costaba respirar por la excitación. Echó la cabeza hacia atrás, haciéndose cosquillas a sí misma por las hebras que acariciaban sus hombros y espalda desnuda. Sus manos se clavaron en la espalda de su amante, mordiéndose el labio para evitar arañarle en un arrebato de placer por sus movimientos controlados contra su intimidad y comenzando un vaivén lento con la cadera en busca del regazo ajeno. Cuando él dio la orden, ella bajó al suelo clavando las rodillas y deshaciéndose de las prendas inferiores del moreno, tomando la hombría en su mano diestra y respirando acelerada

Descargas eléctricas sacudían su cuerpo por cada lamida y succión que le otorgaba al miembro del joven, deseando más de él, pidiéndolo en gemidos suaves. El vello de sus brazos se erizó por cada contacto,  sintiéndose avergonzada de estar desnuda frente a él pese a no ser la primera vez que la hubiera visto a raíz de aquellas fotos en internet. Se encontraba fuera de sí, esa no era ella, aquella mujer con escasas curvas por la falta de grasa y comida en su cuerpo no era ella, no estaba contenta con su cuerpo y verse así a los ojos de una persona que le gustaba la aterrorizaba. Temía a que dejara de desearla por no ser la mujer que le excitaba y le asustaba más el acto que iban a hacer que cuando fue su primera vez.

No quería cortar el momento, por supuesto que no, pero volvía a sentirse tan nerviosa como si volviera a ser virgen. Bajaba la mano en vaivenes lentos, comenzando poco a poco un ritmo rápido que era el que marcaba su boca en cada descenso y subida por él. La peliteñida aceleró los movimientos, succionando su carne y rozando con la sinhueso en los puntos más erógenos del moreno, jadeando en voz baja y alzando la mirada para verle a los ojos, apartándose para sonreír y limpiarse con el pulgar la saliva de su comisura. —No es por joderte el polvo, pero en menos de cuarenta minutos debo estar en casa vistiéndome y maquillándome para llegar a tiempo — apremió, relamiéndose y alzándose frente a él, empujando el cuerpo del joven contra el sofá y subiéndose a su regazo. Dio suaves botes sobre éste para recordarle lo que tendría si se portaba bien con ella, contoneando seguidamente las caderas sobre la ingle ajena entre suspiros suaves por el placer y espasmos que hacían vibrar su vientre en cada roce contra sus labios más íntimos, adueñándose el negro de sus pupilas de todo el ojo.  —Hazme tuya, Rha.

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Ella quería permanecer con él todas las horas posibles, rasgando su garganta en aquellos gemidos de placer que le provocaba, contoneándose como una víbora sobre su presa y dejándose llevar por sus manos y embestidas. No podía parar ahora, se mantenía abrazada a su cuerpo, subida en su regazo y llenando de suspiros y quejidos su cuello, pegándole a su pecho y mordiéndose el labio en cada espasmo de placer que recorría sus muslos y columna vertebral, obligándola a arquearla hacia fuera y pegarse más a él.

El sonido del teléfono, en el suelo junto a su ropa, ni siquiera la desconcentró. Necesitaba llegar junto a él y luego abandonarle como a un perro una vez subido su ego, pero sabía que no sería capaz de eso con él, necesitaba cada vez más de Rhaenor y eso que ni siquiera le había conocido en profundidad. Era extraño, pensaba, se sentía como en casa junto a él, como si le conociera de antes. Aquél nombre, aquellas facciones y aquella forma de mirarla o incluso tocarla, como si hubiesen sido amigos de la infancia separados por los viajes y sus mundos distintos, como si hubiesen llegado a algo más en una vida pasada, quizás. Se sentía confusa pero no por ello se encontraba incómoda, sino refugiada entre sus brazos.

Mordió su piel, quejándose con el insistente ruido de una segunda llamada telefónica, deteniéndose en su regazo e inclinándose para tomarla. Apoyó el índice extendido sobre los labios del joven, en el centro, para pedirle sin palabras que guardase silencio y se estuviese quieto, pero ella sabía que un perro sediento de carne como él no se detendría. —¿Sí?— preguntó al descolgar, entrecortada, clavando las uñas en su espalda desnuda y pese a querer permanecer quieta y atendiendo a la llamada, sus caderas le pedían seguir moviéndose más lento sobre él. —¿Que estáis en mi casa, ya? Ni siquiera son las...— bajó la mirada al reloj de muñeca, maldiciendo con rabia en voz alta y apartándose de él con prisas, recogiendo la ropa del suelo. —¡Voy ya, dadme cinco minutos!— suplicó con nerviosismo, vistiéndose de forma torpe, dando pequeños saltitos para subirse la lencería y los pantalones, dándose un golpe contra el escritorio en el costado que le costaría un buen moratón por días.

Colgó, se acercó a su amante y tomó su mentón con los dedos para robarle un beso, de estos que salen del corazón y sabes que tu alma se ha ido con la persona, de los que necesitas más para seguir viviendo. —Tengo que dejarte, muy a mi pesar— confesó, limpiándose las comisuras con los dedos y buscando el reflejo del móvil para asegurarse de que su pelo y maquillaje seguía en orden, mirándole de reojo. —Pero ésto no se quedará así, Rha, necesito más de ti, necesito que acabes con lo que has empezado— añadió, sonriéndole y relamiéndose. —Nos vemos ésta noche, cielo— continuó, despidiéndose de él con un abrazo, uno que necesitaba para sentirse querida, antes de salir corriendo bajándose el croptop para dejarlo cubriendo su pecho.