Park time ! +Privado A. Muller

❝Park
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Aquél día iba con prisas. Agnes intentaba abrirse paso ante el gentío con la respiración acelerada; desde luego, las multitudes le daban ansiedad, y estaba en pleno ataque de ello conteniendo las lágrimas y queriendo controlar la respiración de forma vana. Sus manos y piernas temblaban, su mirada borrosa al borde del llanto, pidiendo que le abrieran paso mientras intentaba controlarse para no acabar hecha una furia. Porque todo aquél que conocía a la joven tatuadora sabía que aquello ocurriría tarde o temprano, y nadie querría estar allí para verlo o sentir la ira de aquella delgada mujer en sus carnes. —Por favor, ¡espacio!— gritaba, empujando con el brazo a la multitud, girando el rostro al ser agarrada por la extremidad con la que intentaba abrirse camino y chillando de forma brusca. —¡Eh! ¿Qué mierdas te pasa?— vociferó empezando a ponerse de los nervios, creando una discusión con la osada mujer que se atrevió a aferrarla por darle un mal golpe al intentar apartarla. —Quita de mi camino, ¿es que no me has oído?— espetó, avanzando rápida sin mirar al frente.

Su nariz estaba fruncida como si se tratase del hocico de un lobo agresivo; sólo le faltaba mostrar aquellos colmillos y abalanzarse para ser un completo animal salvaje en plena lucha por ser la hembra alfa de aquella discusión. Entonces notó un golpe duro en su pecho, trastabillando y agarrándose a un puesto para no caer. Insultó en ruso al aire, volteando con mirada amenazante, y es que en esos momentos deseaba ser aquél personaje ficticio de Stephen King que usaba la telequinesis, sólo para alzar todas las armas que habían en el stand al que se aferró y apuntar a la persona. Pero por desgracia, aquello era la vida real, eso jamás sucedería. —¡¿Qué cojones haces?!—gritó al aire antes de oír aquella frase, suavizando el rostro y, para sorpresa de cualquiera que conociera a la orgullosa mujer, reconociendo su error. Ya oía a su hermano mayor burlarse en su cabeza si le contase la situación; “Vaya, la pequeña y rabiosa Agnes es capaz de perdonar”.

Se incorporó y bajó la cabeza imitando su reverencia. —No, para nada, ha sido error mío. No te disculpes— pidió, sonriendo un poco y recolocándose las mangas de la chaqueta, aún caídas cubriendo sus delicadas manos por aquél brusco tirón de su brazo que aquella fémina le dio. No pudo evitar reír suavemente al ver aquellos símbolos en el panel; era un androide, por supuesto. Le miró con curiosidad, apoyando con cuidado la yema de su índice derecho en aquella pantalla, tocándola como si fuese a cambiar como si se tratase de la pantalla de un móvil, mas aquello no ocurrió. —Vaya… Es la primera vez que me topo con un robot como tú— confesó maravillada, como una infante que ve fuegos artificiales por primera vez, caminando a su alrededor mientras le observaba de arriba abajo con curiosidad. Se inclinó entonces hacia él ensanchando la sonrisa, estirando su mano diestra hacia la del joven frente a ella y ladeando un poco el rostro. —Soy Agnes,  ¿tú eres..?

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Agnes abrió ligeramente los ojos, sorprendida. Se echó un poco hacia atrás al oírle escupir información típica de un androide, y aquello le hizo torcer el gesto algo incómoda, como si se sintiera ahora hablando con un objeto sin alma y no con un posible humano. —Ya, eh… esto es demasiado extraño para mí, Azuma— confesó, riendo de forma nerviosa y observando aquellos símbolos en la pantalla. Giró la cabeza para mirar alrededor, intentando que no la golpeasen con los codos al pasar o con las bolsos que muchas mujeres portaban colgando de su hombro a un lado. Pulsó a ciegas el que debería corresponder al nivel ocho, agarrando directamente del brazo al androide y echando a andar con paso rápido, casi obligándole a correr tras ella, arrastrándole fuera de aquél mercado hasta encontrar un portal vacío un par de calles más abajo.

Calmó un poco su respiración, asomándose para asegurarse de que la manada de gente desapareció y girando el rostro hacia el hombre de metal. —Eso es muy tierno, Azuma— ¿cuándo fue la última vez que alguien se preocupaba por ella? Lamentablemente, ningún ser vivo, y que una creación sin supuestamente alma mostrase algo de interés por ella, por sus sentimientos y su estado actual, aquello le causó demasiado afecto hacia él. —¿Quieres tomar algo? Digo, si es que los androides bebéis o coméis— mostró una sonrisa más cariñosa, dándole un suave golpe con el puño en el brazo para moverle levemente, como si se tratase de un nuevo mejor amigo. —Vamos, te invito a lo que quieras, sólo por preocuparte por mí en esos momentos— accedió suavizando el tono de voz, agarrando la chaqueta del suelo y saliendo de un pequeño salto, como una infante, de aquél portón.

Alzó los brazos sobre su cabeza soltando una pequeña risita, girando sobre sí misma y metiéndole prisas al mover una de las manos en el aire. —¡Vamos! ¿A qué estás esperando?— apresuró, sin abandonar aquella sonrisa. —¿Quieres una cerveza? ¿Un té? ¿Un café? ¿Galletas y pasteles quizás?— no tenía ni idea de cómo tratar a uno de esos seres, porque eran totalmente ajenos a ella. Sólo trató de no incomodarle, de mostrarse más amistosa. Desgraciadamente, ese comportamiento y ella jamás fueron compatibles, por lo que casi parecía forzado o que estaría a punto de quebrarse.

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Se mostró confusa ante aquella respuesta. Era un droide, ¿no se suponía que eran muchísimo más avanzados que una persona promedio de la población? —Tierno es… adorable— habló ladeando la cabeza, insegura de su respuesta, moviendo los dedos de las manos como si estuviese apretando suavemente algún objeto blando, un peluche mismamente. —¿Sabes lo que es adorable?— preguntó  incorporándose y dedicándole una pequeña sonrisa, era como tener a un hermano pequeño con muchas dudas y al que proteger.

Enarcó ambas cejas al verle cambiar de aspecto, atreviéndose a pellizcarle un poco el brazo y volver a rodearle con su caminar, examinándole desde todos los ángulos. —No jodas… ¿eres de carne y hueso tú también?— preguntó ilusionada, volviendo a estar frente a él y riendo un poco. —No te imaginaba con éste aspecto— confesó, moviendo la cabeza para echar a andar y que la siguiese. Se adentró por calles más tranquilas, esquivando el mínimo contacto con la gente, esquivando sus cuerpos e incluso evitando el más sutil roce de manos u hombros con la persona más cercana que pasara. Se detuvo finalmente frente a una cafetería de aspecto parisino, tomando asiento en la terraza y sacando un cigarro de la chaqueta que rápidamente prendió, dando una profunda calada y expulsando el humo por entre sus labios. Éste se alzó hacia el cielo y, sobre su cabeza, se difuminó con la suave brisa de la tarde.

—Supongo que tampoco fumas, ¿no?— le extendió la cajetilla de cigarros de sabores por si quería tomar uno, esperando unos segundos a que tomase una decisión. —Por cierto, ¿qué hacías en la calle a estas horas, solo? ¿No se supone que deberías estar con tu dueño?— negó con el rostro al darse cuenta de que casi parecía hablar con un cachorro abandonado. —Perdón, no sé cómo referirme a esa gente a las que… ¿servís?