You...the girl with bullets (Privado Agnes)

❝You...
the girl with bullets

Era una tarde aburrida, y bastante quieta para lo que la joven estaba acostumbrada en su negocio. Recién acababa de irse aquél psicólogo de una primera sesión para devolverle la vida al dragón de su brazo y pecho; sus manos aún estaban rojas por la presión y la tensión que ésta sufría al recibir vibraciones de una máquina pesada que tenía que controlar para que jamás se tumbase y crease heridas en la piel, el tensar la dermis con la otra mano para que la tinta penetrase mejor y la línea fuese más limpia. Sus ojos estaban enrojecidos por fijarlos demasiado, por tener que andar siempre con vista periférica y a la vez, cercana y audaz para no tropezar líneas, conectarlas correctamente y no comerse curvas o fallar en finalizar un trazo saliéndose de éste. La espalda le crujía por su posición, por dos horas, curvada, pero aun así, amaba su trabajo. El crear poesía tintada en pieles de clientes con ganas de narrar historias, reflejar sus gustos o simples mensajes que mandaban al mundo como advertencia de con quién andaban, daba igual. Para ella, todo eso era el arte más hermoso que podría existir en el mundo.

Sus dedos viajaban por la pantalla del móvil, revisando noticias y redes sociales plagadas de notificaciones o propuestas de sets de fotografías en correos electrónicos, quizás de la aplicación de su tarjeta de crédito allí instalada donde avisaban de ingresos por gente que pagaba en aquella página por verla en sus más arrebatadores poses y conjuntos, expresiones y sentimientos. Alzó la mirada con monotonía al oír el traqueteo de cuatro pies adentrarse en aquél lugar que consideraba su templo. El Bastet Tattoo recibía por primera vez a dos gemelas que, en su vida pudo ver, pero por lo que observaba a primera vista, se veían demasiado jóvenes para estar allí. —Hey, pequeñas— habló, soltando el móvil, bloqueado, bajo un montón de revistas para ocultarlo de miradas y que pudiera ser robado. —La tienda de dulces está dos fachadas a la derecha— bromeó sin maldad, saliendo de detrás del mostrador y bajando la mirada a ambas. Se sorprendió cuando las oyó, mirándolas escépticas, intentando echarles una edad por sólo mirar su físico. —¿Un tatuaje?— preguntó extrañada, ladeando el rostro, pero aun así, sus oídos estaban abiertos a propuestas, y su mano totalmente extendida, no literalmente, a recoger dinero con el que pagarse el alquiler y la comida que se llevaba a la boca.

Ah, aquél tatuaje. Agnes y todos los tatuadores probablemente estuviesen cansados de lo típico. ¿Qué era ese mundo, si no era mostrar originalidad y la fuerza que la persona llevaba en su interior para reflejarla al mundo? No, un yin y un yang era demasiado simple como para unos cuerpos tan jóvenes como los suyos. Ella, probablemente a la edad de ambas, ya andaba ilusionada con el cuervo de su brazo, aquello que pocas se atreverían a realizar ocupando desde el hombro al codo, reflejando aquél animal espiritual que tanto amaba, tomando partes de la mitología que más le apasionaba en esa época. ¿Por qué reducirse a ello, si podrían explotar muchísimo más con esa esencia inicial? —Primero que nada— habló tras aquellos halagos, porque no podía oírlas, ahora simplemente estaba en un trabajo totalmente distinto a aquél modelaje; cuando Agnes salía del set y llegaba a Bastet Tattoo, tomaba otra imagen, otra mentalidad, la de un artista, y sólo se iba a centrar en su beneficio y en la felicidad de sus clientes por ver una obra de arte en la piel. —Qué edad tenéis— porque le parecían demasiado pequeñas para andar allí exigiendo un tatuaje, y a ella se le podría caer el pelo con denuncias si es que se enteraban los tutores de ambas que se habían hecho algo en la piel sin un permiso previo.

Apoyó las caderas en el mostrador, cruzando los brazos bajo ambos pechos y mirándolas a los ojos con curiosidad. —¿Diecisiete? ¿Dieciséis? ¿Sois ya mayores de edad?— quiso saber, pero aquella marea de ideas y creatividad ocupaba todos sus pensamientos como para seguir con preguntas que probablemente responderían con mentiras para lograr aquello que ansiaban. No las culpaba, ella también haría lo mismo en posición de ambas, y no dudó en hacerlo cuando aún era una menor. Por suerte, su madre no quiso llegar a mayores con el encargado de tatuarla. —¿Cómo de grande queréis el tatuaje y en qué zona?— porque era lo primordial, el tamaño, si querrían una zona compleja o bastante simple que no le tardaría apenas tiempo tatuar por la firmeza de la piel y por no haber huesos de por medio. El precio sólo se daría a partir de esos dos datos.

Ladeó el rostro hacia el otro lado, sonriéndoles mostrándose más amable, porque probablemente hubiese quedado de borde por andar metida en sus mundos, asintiendo con la cabeza a la pregunta realizada hacía minutos. —Y sí, soy la misma, siento haber sido tan distante al principio— se lamentó, estirando la mano para acariciarles las hebras con cariño y volver a apoyar las extremidades tras ella, en el mostrador, tamborileando allí las garras negras mate. —Ey, olvidad esa idea principal, sinceramente, merecéis algo más original que eso— les soltó, mirándolas como si las analizara, frunciendo los labios. —En lugar de ese simple símbolo, yo podría convertir la esencia y forma de éste y transformarla en algo nuevo. ¿Sabéis?— por ejemplo, un dragón a tinta blanca para el brazo de una, que curvase éste enredándose por él y otro de tinta negra para la contraria, siguiendo la misma trayectoria que el de su hermana, que si se diesen las manos, ambos parecieran querer entrelazarse. —¿Estaríais dispuestas a escuchar ideas?— preguntó, alzando el índice como forma de acallarlas un segundo y puntualizar algo importante. —Advierto que sólo os tatuaré si sois mayores de edad o traéis el permiso legal de uno de vuestros padres o tutores legales. No me vale un papel arrancado firmado aleatoriamente.

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Había dos cosas que Agnes no soportaba; la mentira y los niños. Te juro que estaba tratando de ser lo más paciente y educada posible, pero era una mentira tras otra, un mareo tras otro y un intento de contenerse porque no tenía por que soportar eso en su propia tienda. Apretó los dientes y arqueó una ceja, chasqueando la lengua. — ¿Sabéis qué? Me da igual. Yo no os voy a hacer el tatuaje. No tenéis la edad necesaria, yo soy una persona legal y no pienso jugarme tanto dinero por algo que voy a cobrar tan poco— sentenció, apoyando las caderas en el mostrador y cruzándose de brazos bajo el pecho. — No sé si tenéis quince o habéis vuelto a engañarme, pero por lo que decís todo el tiempo, no os echo más de diez— soltó. A sus ojos eran personas inocentes e inmaduras, ¿qué malo había en aquello? Para Agnes era lo peor, quizás porque desde muy pequeña tuvo que madurar y enfrentarse a la cruel realidad de su familia, pero no por ello aquellas niñas tenían que pagar toda la frustración y odio causada por su padre. Intentó contenerse, respirar, contar, relajarse y decirse a sí misma que bajase los humos, que no eran más que niñas indefensas.

Encogió los hombros con indiferencia, buscando el mítico cigarro de sabores entre sus bolsillos para relajarse, dejándolo colgar de sus labios y tomando el mechero mientras echaba a andar hacia la calle para fumar allí. — El tatuaje que me habéis pedido— no pensaba tirar más el tiempo, respondió seca y directa. No iba a ganar dinero con ellas, no iba a detenerse más de lo que lo estaba haciendo. — Volved dentro de tres años y hablaremos sobre vuestro tatuaje. Mientras, conformaros con los de agua que traen en las bolsas de patatas— se burló entre dientes, prendiéndose aquél mal vicio y dando una profunda calada.

Arqueó ambas cejas cuando las niñas se acercaron a enseñarle aquél dibujo, mirándolas. — Para ser tatuadoras hay que pasar por muchos años de experiencia, romperte la muñeca dibujando y dejarte los ojos haciendo trazos en piel de cerdo— respondió, dando otra calada y volviendo la vista al folio, forzando la vista para fijarse en los detalles. — ¿Qué estilo se supone que es?— pregunto. Todos los tatuadores se especializaban en uno, y no lograba distinguir cual era ese especificamente. — Tengo el vientre reservado para otro tatuaje— añadió, expulsando el humo por entre los labios. — Mirad… los tatuajes no tienen por qué tener tanto elemento y tanta complicación como lo que habéis hecho— suspiró agotada, apartándoles la mirada. — Sólo los suficientes para que todo sea un bloque, no haya espacios libres y a la vez, estilice el cuerpo. Eso— señaló con el cigarro aquél dibujo, mirándolas — , no estiliza el cuerpo, y es cargante. Si lo hicieras en la piel, sería un manchón negro irreconocible.