❝Welcome to the fire —PRIV.

—welcome to the fire

Agnes era un alma libre pese a las malas lenguas. Era un lobo salvaje, un lobo hambriento que buscaba carne del inocente ciervo al que destrozar y devorar, una mujer destructiva y sedienta que se ganaba tanto el odio de muchos como la admiración de otros. Y ando hablando en plural masculino, quiero recalcar. Ella era un demonio nacido del odio, nacido de la pena y del dolor, un ser creado en las entrañas del infierno y ascendido a la tierra con una única misión; la de destrozar almas para llenar su ego y callar bocas familiares, o anónimas. Ella amaba atravesar el pecho de ellos con una zarpa negra imaginaria, sonreírles y susurrarles que todo iría bien y, una vez tenía el corazón de esa persona contra su palma, le encantaba cerrar la zarpa con fuerza y hacerlo trizas, romperlo, teñirlo de negro, hacer que la maldad y el dolor tomara la carcasa de la pobre persona que se enganchase a la joven.

Por suerte, ella no necesitaba de grandes curvas para embelesar, simplemente su comportamiento y labia era suficiente para ganarse a cualquiera, era por eso que, Agnes, la mujer más salvaje de todas, se amaba a sí misma, y eso era un arma poderosa que incluso podía dispararse en su contra.

Aquél delicado y largo vestido negro que se ajustaba a su cuerpo, mostrando su escote, brazos y uno de sus muslos en un gran corte que ascendía a su cadera volvía a la modelo una mujer de bandera. Danzaba sobre la tarima ocultando su rostro bajo una máscara de plumas negras, dejando ver sus labios carmín y ojos perfectamente maquillados en tonos oscuros, rasgados por un largo eyeliner que volvía su mirada más felina. Bajo aquellas prendas, no llevaba más que unas tiras negras en forma de cruz que cubrían sus pezones y una lencería negra que haría de ella al desnudarse una mujer plagada de curvas semiocultas, y es que aunque le advirtieron de que debía seducir, también debía ir elegante a aquella fiesta de ricos. Ella no era más que una mera atracción, y ella quería adueñarse de todo y hacer olvidar a los presentes que más que atracción, era la estrella principal.

Se movía provocativa alrededor de una barra de pole dance, contoneando el cuerpo y rozándose con elegancia contra ésta, caminando sobre aquellos altos tacones negros con una sutileza que parecía acariciar el suelo con las suelas, volar, y no simplemente pisar como cualquier mujer vulgar haría. Dejaba caer uno de los tirantes de la prenda para mostrar su clavícula tatuada y los brazos plagados de poesía en forma de tinta, acariciándose a sí misma escuchando la música de fondo retumbar, sinuosa como una víbora buscando a su primera víctima para sacarle la respiración envolviéndole con su cuerpo.

Los minutos pasaron, y ella descendió con calma de aquél lugar en el descanso, dirigiéndose hacia la barra de cócteles y tomando uno de ellos, el único que llamó su atención por ir a juego con el color de sus hebras sueltas contra su espalda. Bebió con tranquilidad, mirando a su alrededor tras retirarse aquella máscara y arqueando las cejas al fichar al que sería su primera víctima; un hombre joven, no dudaba que rico por andar en aquél lugar en una fiesta tan prestigiosa, de traje negro y camisa blanca y, de poder relacionarlo con un animal, lo haría con un delicado cuervo negro; misterioso y elegante. —Espero que ande disfrutando del evento, caballero— mencionó, con voz ronroneante y dedicándole una pequeña sonrisa burlona.

—welcome to the fire

No me malinterpretes. Ella no acudió a él por deseo, por atracción o por razones sentimentales o de curiosidad. Ella simplemente quería una copa y seguir con su trabajo, y su trabajo implicaba relacionarse con los presentes, atenderles y asegurarse de que todo iba bien y disfrutaban. Rodó la mirada al escucharle, ¿estaba borracho o simplemente mal de la cabeza? Cruzó los muslos, tomando la copa con la diestra para beber de nuevo y vigilarle de soslayo, encogiendo los hombros con tranquilidad. —A mí lo que quieras hacer con éste local me da igual, mientras sueltes pasta me sirve— espetó, ladeando la mirada para toparse con la de su superior tras la barra y bufar. Aquello no le había gustado, y sabía que, de volver a disgustar al jefe, ella acabaría en la calle.

Volvió a centrarse en el joven, apoyando el codo en la barra, inclinándose hacia ésta y arqueando ambas cejas, fingiendo prestarle atención a aquél hombre cuervo. Quiso espetar un “las bromas métetelas por el culo”, pero debía mantener las formas ante todo; no estaba en la calle, no debía comportarse vulgar como de costumbre, sino mostrarse más elegante y refinada, aunque le jodiese. Ya sabes, el trabajo es trabajo. —A la siguiente copa invita la casa— mencionó, soltando dinero sobre el mostrador y deslizándoselo al barman, dando un suave cabeceo para señalar al moreno trajeado y suspirar. —¿Qué quieres beber, pequeño?— añadió, contando las horas para volver a subir al escenario y perderle de vista. —¿Ron? ¿Whisky? ¿Cerveza? ¿Margarita, Martini?— recitó, balanceando la pierna que andaba bajo la izquierda, jugando con unos mechones de pelo azulado al enredarlo en su índice diestro. —Pide por esa boquita y Agnes cumplirá y traerá todo lo que desees. Ahora mandas tú—.

Dejó que pidiese lo que quisiera en aquellos momentos, sacando un cigarro de sabor a moras de entre sus pechos y acercándose al barman con éste entre sus labios para que lo encendiera, dando una profunda calada y expulsando el humo hacia el techo. —Puedes pedir lo que se te pase por la cabeza, cielo— le recordó, ladeando la mirada a él y dedicándole una media sonrisa. —Todo será gratis esta noche, menos si me quieres llevar a una habitación. Yo tengo un precio.

—welcome to the fire

─¿Pasta?... No, no traigo eso. La pasta la hacen mis cocineros y no mientras yo esté en la residencia, saben que a Fausto no le gusta la pasta así que por eso dejaron de hacerla. Estás delgada, deberías comer pasta ¿es eso lo que quieres? ¿Que te traiga pasta?... ─Y ahí daba comienzo el primer episodio de la noche: Fausto el literal. A su falta de contacto con el mundo exterior se podía sumar que en su momento sus tutores no supieron como tratar los episodios que cada tanto se manifiestan en el pelinegro. Demasiado inteligente para unas cusas, muy tonto en otras... Esa era claramente una de las ocasiones donde Fausto pecaba de inocente a lo mejor. Por otra parte Fausto era inteligente, como se dijo: Escuchó la pregunta sobre la bebida y miró de reojo hacia la barra. ─Quiero whisky, como siempre. Sin mucho hielo esta vez.

Otra cosa que no pasó por alto aquel extraño masculino fue esa frase tan fuerte, tan significativa «Ahora mandas tú»; Para empezar él consideraba que así debía ser siempre: Estaba acostumbrado a mandar en su casa, a mandar en sus negocios, a mandar donde sea que él quisiera mandar... Y tratándose de Lucifer, él quería mandar en todo sitio habido y por haber. Mostró una pequeña mueca amable y sus labios se curvaron para mostrarse un poco más: Labios lisos, pulcros y aparentemente suaves se dispusieron a seguir con el habla. ─Con que todo será gratis... Pues eso no cambia nada. Y yo no te llevaré a tu habitación, te ves un poco grande como para saber donde queda la tuya ─Segundo episodio de la noche que hubiera continuado de no ser porque Lucifer notó algo raro, algo no le gustó.

Sus ojos se clavaron en un grupo de ojos que lo observaban con una mirada nada agradable, él como buen lector que era: Sabía leer muy bien las miradas ajenas, las expresiones, los rasgos faciales; Sabía leerlo todo y en esa ocasión no se trataría de una excepción a ese factor común. El pelinegro se giró levemente sin abandonar su asiento y abrió un poco más los ojos para mantener una expresión neutro, relativamente en calma. Sus dedos comenzaron un suave repiqueteo en la mesa que se fue acelerando y todo indicaba que se pondría de pie en cualquier momento para ir a matarlos uno por uno, pero decidió calmarse cuando llegó el trago y amablemente se giró para beber el whisky como si fuera un niño bebiendo su yogurt favorito. La tensión pudo sentirse en el aire para cualquier atento ¿podría haberlo notado esa mujer?

─Ah... Que rico es... ¿Qué harías si te miran mal? A tu espalda un grupo de hombres me está mirando mal y en sus ojos puedo ver la envidia, los celos... Ese pecado tan humano, tan antiguo ¡más antiguo que la vida misma! Dime ¿qué harías? ¿Qué debería hacer en este caso? Ese es mi deseo, me guiarás. Quiero ver como es que piensa una común como tú ¿puedes ayudarme? Eso sí, por favor. Porque los modales son importantes según... Según... Bueno, no recuerdo su nombre ─Sinceridad absoluta por parte de Fausto quien en ese momento era una mezcla de Fausto y Lucifer, y Dios proteja a todos los presentes para que la faceta más oscura, vil, ruin y completamente sombría de Fausto haga su presencia. Lucifer debía seguir concentrado en el whisky, Fausto en el habla.

—welcome to the fire

«¿Esto va en serio? ¿Es que siempre tienen que tocarme los raros a mí?». Respiró de forma brusca, encendiéndose un cigarro para relajar sus nervios, aquella ansiedad que el hombre le provocaba. Llegó a pensar que era de otro país, que aún no dominaba muy bien el idioma y quizás por eso actuaba tan raro, pero se desenvolvía demasiado bien cuando él hablaba. Así que fue descartando hasta llegar a la conclusión de que, o era un idiota o simplemente un genio que estaba burlándose de ella y llevándola al límite.

Giró la cabeza para mirarle, expulsando el humo hacia el techo y fijándose seguidamente en la manada de hombres a sus espaldas, riendo suavemente mientras tiraba las colillas sobre un cenicero. —¿Quieres que te diga cómo actuaría yo, de ser hombre y andar frente a una de las mujeres más deseadas de éste local?— repitió con sus propias palabras, aferrando con fuerza la mano del varón para obligarle a posarla sobre su muslo desnudo, que ascendiera lentamente por él aunque la detuviese antes de tiempo. —Si yo fuese un hombre, me llevaría a la chica a esos sillones de ahí— señaló con el índice una zona apartada pero cercana a aquellos varones, situando los carnosos junto al oído del varón, mordiendo su lóbulo de forma juguetona. —¿Sabes lo que jode que te muestren algo que deseas mucho en manos de otra persona? Es una buena forma de demostrar que eres tú quien manda sobre ellos, que sólo tú tienes el mando— encogió los hombros un poco, acariciando su brazo en lentos movimientos.

—Te odiarán y quizás te apalicen a la salida, pero te lo pasarás bien conmigo en ese lugar y reventarías a ese grupito de rabia y envidia. Es una buena forma de sentirte orgulloso y el ganador de algo sin mancharte los puños de sangre, ni desfigurarte la cara—. Bajó del asiento, tomándole las manos sin darle tiempo a decidirse o quejarse, llevándole en dirección a una zona chill-out en el interior del local, junto a una cascada de piedra que bañaba toda una pared de agua y llena de botellas de vino cerca de los sillones o sobre una mesita baja frente a éstos. —¿Te molestaría mucho que me subiera a tu regazo y te diera un masaje?

—welcome to the fire

Le resultaba gracioso hacerse el gracioso, valga la redundancia. Disfrutaba de cabrear a las personas porque las consideraba fácilmente manipulables, era sencillo sacar de sus cabales a la mayoría de la gente en estos días que corren y eso él lo sabía perfectamente: Por algo lo hacía. Sin embargo también había que dejar en claro que a veces sus preguntas verdaderamente eran por no saber más que por querer molestar, en ese caso en realidad estaba molestándola, no la conocía ni le caía mal; Nada personal a decir verdad. De todos modos la cosa se pondría interesante.

No conocía a esa mujer pero lo que acababa de decirle le caía bastante bien, le gustaba lo que oían sus oídos ¿de verdad podría cabrearlos de esa forma con algo tan sencillo? No se diga más, lo haría. Solo con ver esas miradas de odio ya tenía suficiente regocijo, si haciendo lo que la desconocida le dijo podía lograr todavía más de esas emociones negativas en sus adversarios por una noche... No tenía ningún tipo de dudas de que sí, lo haría. Sonrió con sinceridad y esta vez pudo verse esa expresión de maldad en sus ojos escondida tras esa sonrisa aparentemente inocente.

─Espero que de verdad me odien, más te vale no estar mintiéndome ─ignoró al completo esa advertencia o amenaza de que podrían apalizarlo a la salida ¡¿Qué le importaba?! ¡Que más da! Si lo que a él le interesaba era cabrearlos y hacerlos sufrir, además no les convenía a ninguno de ellos pretender hacerle frente a alguien como Fausto... Lucifer podría aparecer frente a sus ojos y ay, adiós a sus vidas. Le gustó eso de sentirse ganador, pero no pudo hacerse una imagen mental más detallada ya que fue interrumpido de sus pensamientos, tomado de la mano y llevado.

Su mueca de desinterés se hizo notoria y luego sonrió nuevamente, dejándose guiar con una mueca de malicia en su expresión mientras se giraba a ver a esos sujetos que una vez más lo miraban con odio, saludó y se marchó con su nueva amiga. Sentado en un cómodo sillón en una zona un tanto más exclusiva, siguió hablando con su acompañante y la idea de los masajes no le disgustó ya que había tenido un día acelerado. ─Me vendrán bien unos masajes así que sí, de hecho te los pediré. Ahora ven aquí y calma el dolor de mis hombros... Ellos que sufran.

Con unos cuantos tragos seguramente la noche alcanzaría tintes interesantes en aquel antro nocturno, ahora Fausto tenía entre manos a la mujer codiciada por esa banda de inservibles así que se tomaría su tiempo para disfrutar de cada sensación. Palmearía sus piernas para dejarla sentarse y luego se recostaría momentáneamente apoyando la espalda en el cómodo respaldo sin dejar de mirar a su compañera que a decir verdad le parecía intrigante, era como una especie de serpiente muy colorida y llamativa para él. Esto no era despectivo ni mucho menos, era un halago.

—welcome to the fire

Realmente, ella no comprendía el por qué de todo eso. El por qué él quería causar odio en todo el mundo, por qué actuaba tan raro y por qué narices estaba allí con ella con la única intención de molestar. Era un cliente raro, por supuesto. Probablemente ni repetiría la experiencia, pero mientras Agnes pudiese llenarse los bolsillos aquella noche y volver a casa con algo de dinero para seguir viviendo, le bastaba.

Tomó asiento a horcajadas en su regazo, manteniendo el silencio y dejándole hablar mientras cumplía con su orden. Acarició su espalda lentamente, ascendiendo a sus hombros para ejercer leves presiones en aquél masaje que había prometido, desanudando nudos y zonas tensas en el cuerpo del varón mientras inclinaba la cabeza a un lado para mirarle a los ojos. —¿Por qué quieres que te odien?— indagó por fin, arrugando un poco los labios con curiosidad, sin comprender aquello. —¿Es por un ego vacío que debes llenar?— continuó, repasando su nuca y laterales del cuello con los pulgares con la suficiente fuerza como para destensarle, volviendo a bajar a sus hombros y dirigirse a los omóplatos, inclinándose hacia su cuerpo un poco para pegarse a su pecho y tener más soltura para seguir masajeando.

—Eres un tío bastante raro— confesó finalmente, encogiendo los hombros y sonriendo un poco. —Casi me recuerdas a mí hace años— pero supuso que con el tiempo cambiaría o maduraría. O no, tampoco es que ella cambiase demasiado; seguía siendo la oveja negra de la pequeña familia que quedaba con vida o había llegado a conocer. —¿Qué significa el tatuaje de tu frente?—.

Ella había tatuado a mucha gente, es más, se había tatuado incluso a sí misma en zonas que no eran nada incómodas de hacerse si tenías un espejo y la soltura en la mano que ella había conseguido con los años. No todo el mundo se tatuaba por significados, sino por gustos, o venazos. Ella tenía varios en su piel que no significaban absolutamente nada, por no decir que todos los que poseía eran por la mera adrenalina de decir “quiero esto en mi piel, me parece precioso” o simplemente porque amaba ese estilo. —Si tienes alguno más en mente, yo podría hacerte precio. Estás hablando con una tatuadora experimentada, chico cuervo.